Entrevista a: Eduardo Lucita integrante del Colectivo EDI-Economistas de Izquierda
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Revista Cuadernos del Sur, periodista. Autor de “La patria en el riel. Un siglo de lucha de los trabajadores ferroviarios”.
1) Tomando en cuenta la situación de los años ´70, ¿qué cambios, en tu opinión, se dieron en la relación del intelectual y del profesional respecto a la participación y el interés político?
Prefiero ubicar tu pregunta en los años ’60 pues para mí es en esa década donde se constituyen los presupuestos teórico/político/sociales que confluyen y culminan en los ’70, en un proceso que fue mundial y lógicamente también regional. Y donde la impronta de la Revolución Cubana tuvo mucho que ver en la revalorización, que aquella generación hizo del ideal de transformación radical de nuestras sociedades.
Por aquellos años los textos de filosofía, los ensayos sociológicos, las investigaciones económicas, la incorporación de nuevas categorías al análisis socio-político, superaron los estrechos –y las más de las veces estériles- marcos del quehacer académico, para instalarse en el centro mismo de los debates, de la teoría y de la práctica revolucionaria.
Las vanguardias artísticas no se quedaban atrás en esta evolución. Las artes plásticas, el cine y el teatro aportaban a este proceso, aunque el llamado “boom” de la literatura latinoamericana tal vez haya sido su máxima expresión, donde la entrañable figura de Julio Cortázar es más que emblemática de que no se trataba solo de un cambio de estilo, sino que lo que estaba en juego era el lugar de los intelectuales en ese proceso de transformación social de la región.
Se trataba de una verdadera contracultura en las artes, las letras y en la vida cotidiana (sexualidad, vestimentas, costumbres) que buscaba desestructurar la cultura dominante de la época, que se expresaba también con fuerza en el ámbito universitario, configurando un cuadro de situación que favorecía el desarrollo de la lucha de clases, otorgando así un formidable dinamismo a las ideas de la transformación social.
Pero esto cambió radicalmente. Para nosotros digo para los hombres y mujeres de mi generación que nos sumamos a la praxis revolucionaria al calor de las columnas insurgentes que ingresaban a La Habana en el final de los años ’50, lo que vivimos a partir de mediados del ‘75 y sobre todo desde marzo de 1976, ha sido, parafraseando a Víctor Serge en su poema Confesiones, nuestra “medianoche en el siglo”.
Digo esto no solo por las persecuciones, torturas, desapariciones, asesinatos y exilios que, conviene recordarlo, aún nos pesan, sino también porque los profundos cambios que se introdujeron desde entonces en el sistema mundial y también en nuestro país concluyeron poniendo entre paréntesis el ideal revolucionario, cuestionando la perspectiva socialista y alcanzando también las propias bases teóricas del marxismo.
Es que no fueron solo transformaciones en las bases materiales de la sociedad y en la estructura de clases. También en la superestructura ideológica.
El mercado fue idealizado, el dinero puesto como la medida de valor de todos los valores, y la acumulación de riqueza como símbolo del éxito. Esto permeó el campo de la intelectualidad. Pensá en tantos intelectuales que hicieron el pasaje sin mediaciones al campo de la posmodernidad, que teorizaron sobre el posibilismo y lo propagandizaron, y se sumaron a la corriente dominante
En estos tiempos se pone más esfuerzo en conseguir subsidios para investigar que en la investigación misma.
El tejido de solidaridades fue destruido, la heterogeneidad y la fragmentación se instalaron al interior de los sujetos sociales. Para la mayoría del mundo académico estos dejaron de ser sujetos para ser “actores” que “interactúan” en un “escenario” acotado y juegan determinados “roles”, aunque sin transgredir ciertos límites claros y precisos. La crítica posmoderna asumió esta realidad llevándola hasta el fin, nunca superaron ciertos límites autoimpuestos.
2) ¿Es posible articular un vínculo fructífero entre discurso académico-científico por un lado, y militancia política por el otro?
Pienso que sí. Esta posibilidad está siempre presente, pero su desenvolvimiento depende de un cambio de actitudes, no solo es cuestión de discurso. Si el mundo académico persiste en el debate de teorías y conceptualizaciones en abstracto esta posibilidad estará bloqueada. Simétricamente, si la militancia política en este ámbito persiste en correr detrás de los acontecimientos, en centrarse solo en la coyuntura sin levantar el horizonte de análisis, esas relaciones no fructificaran.
Por el contrario creo hay un campo muy amplio en el que es necesario partir de lo realmente existente, de una lectura crítica de la realidad, y orientar el debate hacia los problemas centrales que hacen a la vida del país y de sus clases subalternas. La cuestión entonces se plantearía en otro terreno y en otros términos.
Nuestra experiencia en el EDI, un colectivo surgido de una asamblea de economistas luego del 19y20D. se enmarca en estos criterios. Desde el inicio nos constituimos en relación directa con asambleas barriales, movimientos piqueteros, colectivos obreros y estudiantiles. Participamos y aportamos al Movimiento por la Reducción de la Jornada Laboral y ahora con el MIC y las empresas bajo gestión obrera.
Llevamos a estos ámbitos nuestro conocimiento pero somos receptivos a las demandas y cuestionamientos y nuestras propuestas son resultado de esta interacción.
Pienso que el desarrollo de la teoría crítica es central para lo que ustedes demandan. La recuperación de esa conquista histórica de la humanidad que es el pensamiento crítico, y si el accionar ha de ser crítico lo ha de ser en primer lugar de nuestros propios actos y consecuencias.
Apoyarse entonces en la teoría y pensamiento críticos, opuestos al sentido común, ese que adocena la cultura y no hace más que explicar lo ya explicado, que naturaliza los hechos sin bucear en las causas, en relación directa con el movimiento social, es un punto de partida irrenunciable para cualquier emprendimiento en el plano de tus preocupaciones.
3) ¿Qué cosas deberían cambiarse en las prácticas de la izquierda y de la perspectiva de los intelectuales para establecer un nuevo vínculo fructífero entre ambos?
Sin pretender señalar ningún camino revelado, creo la izquierda debiera recuperar los grandes relatos historiográficos, aquellos que vinculan los acontecimientos del pasado con el presente, que intentan proyectar un futuro, superar el campo de lo posible e instalar un utopismo transformador Esto es, aquello que fuera abandonado, descalificado, reemplazado por el minimalismo de lo cotidiano, de las individualidades agregadas que solo viven el presente sin expectativas ni esperanzas.
Retomar la tradición de los debates estratégicos, el problema del poder, de sus vías, de la estructura de clases y fracciones, cómo construir un bloque social capaz de disputarle la hegemonía en la sociedad al bloque de las clases dominantes. En última instancia se trata de la recuperación de la política.
Y esto hacerlo en forma plural y democrática, promoviendo la libre expresión de todas las corrientes de pensamiento que se lo planteen, en una practica de intervención alejada de todo sectarismo y dogmatismo. Huir del economicismo y el estatalismo heredados de la fatal combinación del populismo con el escolasticismo estalinista que impregnó la cultura de izquierda en general. Dejar atrás el impresionismo que transforma todo episodio de la lucha de clases en un proto sóviet, me parecen condición necesarias, aunque claro, no suficientes.
Tal vez preguntarse acerca del rol de los intelectuales en nuestra sociedad hoy. ¿Se ha perdido ese carácter de crítico radical de todo lo existente? Eduardo Grüner en su reciente libro El fin de las pequeñas historias, parece decirnos que se ha abierto un espacio para que ese rol se recupere. ¿Será preciso desempolvar de las bibliotecas aquel folleto de Paul Barán, de lectura casi obligatoria en los ’60, El compromiso del intelectual?
O aquel párrafo del Programa del 1º DE Mayo de la CGT de los argentinos, y releerlo en clave actualizada: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tierra es una contradicción andante, y el que comprendiéndolo no actúa tendrá un lugar en la antología de llanto, no en la historia viva de su patria”.
Tal vez en esta sociedad mediática y mercantilista, que ha perneado también los ámbitos universitarios y académicos, parezcan ilusiones del pasado, sin embargo revalorizar el papel de los intelectuales críticos, dentro y fuera de las instituciones, es una necesidad.
A pesar de las dificultades vale la pena nadar a contracorriente.
Buenos Aires, agosto 2007.