ContraHegemonía en Ciencia Política

4/11/09

Biblio Cát. Martí II - ¿Qué alternativa socialista para el nuevo Siglo? - Lucita

Eduardo Lucita

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Para nosotros, digo, para todos aquellos que integramos la generación que se sumó a la lucha por la revolución y el socialismo en la alborada de los años ’60 al calor de la Revolución Cubana, el período iniciado hace más de 30 años ha sido nuestra verdadera “medianoche en el siglo”, para ponerlo en palabras de Víctor Serge en su poema Confesiones (1938).


Digo esto no solo por las persecuciones, torturas, desapariciones, asesinatos y exilios –externo e interno- que, conviene recordarlo, aún nos pesan, sino también porque los profundos cambios que se introdujeron desde entonces en el sistema mundial y también en nuestro país concluyeron poniendo entre paréntesis el ideal revolucionario, cuestionando la perspectiva socialista alcanzando también las propias bases teóricas del marxismo.

Para quienes atravesamos la década de los ’80 y en parte los ’90 esos años fueron una verdadera travesía en el desierto, una permanente lucha a contracorriente. Sin embargo la irrupción de la revolución bolivariana; de las masas insurgentes en Bolivia y también en Ecuador; la convocatoria del Presidente Chávez a debatir y construir el socialismo del Siglo XXI, más allá de sus insuficiencias, sus contradicciones y sus poco claros objetivos, han abierto un canal para la circulación de ideas. Un espacio para ejercitar esa conquista histórica de la humanidad que es el pensamiento crítico y para pensar la idea misma del socialismo. Ya no en forma abstracta sino asentada en procesos reales.

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El Siglo XX ha sido el siglo de las revoluciones pero no el del socialismo. Si echamos una rápida mirada a los últimos 150/160 años nuestro balance en relación a las luchas del movimiento obrero, por su reconocimiento, su dignificación, sus conquistas y reivindicaciones materiales y organizativas, sigo convencido que es positivo. Si esa misma mirada la hacemos sobre las experiencias revolucionarias bajo el estalinismo, el post-stalinismo o el maoísmo, el balance final es relativo, sino directamente negativo.

Esta afirmación no implica dejar de reconocer las enormes energías y esperanzas puestas en juego en cada una de las experiencias revolucionarias, las dificultades que se enfrentaron y se enfrentan, y el heroísmo demostrado en múltiples batallas y confrontaciones.

En estos tiempos vivimos prisioneros de una realidad contradictoria e incontrastable que la podemos ver en clave comparativa: durante los años del fascismo el movimiento obrero fue aplastado militarmente pero el horizonte socialista estaba presente. Por el contrario en todos estos años el movimiento obrero no sufrió una derrota de aquellas proporciones pero el horizonte se ha desdibujado.

En nuestra América latina esta situación se expresa por su forma inacabada. Por un lado la iniciativa la tienen la burguesía y el imperialismo que, sin embargo, a pesar de la fuerte ofensiva de los ’80 y ’90, no han podido aplastar al movimiento social, por el contrario este, en sus distintas y variadas vertientes se ha recreado una y otra vez, ha buscado formas novedosas de organización y lucha. Por otro lado esas nuevas formas de organización y lucha no concluyen aún en una propuesta de solución transformadora de la realidad existente.

Así la perspectiva revolucionaria fue quedando cuando menos en suspenso. Las ideas de la transformación radical de nuestras sociedades, del anticapitalismo, del mismo socialismo, perdieron credibilidad. No hay convicción en las grandes masas de que sus luchas concluyan en el anticapitalismo, en una perspectiva superadora de la mediocridad actual. Aquí radica seguramente una de las causales, aunque no la única, de que las luchas resulten fragmentadas, aisladas, y dispersas.

Porque no cuentan con un objetivo político compartido por el conjunto, que articule los fragmentos de resistencias y las diferentes iniciativas aisladas. Estamos entonces en un largo período de transición.

Hay no obstante puntos de apoyo. Por un lado con la caída del Muro y la implosión de la URSS que pusieron fin al período de la guerra fría, del enfrentamiento entre bloques con formas de propiedad, relaciones de producción y organización social diferentes, quedó en claro el verdadero antagonismo: explotadores y explotados, países opresores y países oprimidos.

Más aún el derrumbe del marxismo soviético, del estatalismo como ideología, del determinismo carente de incertezas, ha levantado la pesada lápida colocada sobre el marxismo. Del marxismo tanto como crítica sistemática y completa del sistema capitalista, como concepción del mundo y perspectiva de vida. Numerosos aportes teóricos en las últimas dos décadas dan cuenta de esta vitalidad recuperada.

Por otro lado en América latina lentamente está cayendo el velo que ocultaba la realidad, la polarización social impuesta por el neoliberalismo, ha hecho a nuestras sociedades mucho más clasistas, si se quiere es un capitalismo más puro donde no hay espacios duraderos para formulas de conciliación como en el pasado. Además América latina es hoy el principal bastión de resistencias al imperialismo.

Estas tendencias confluentes abren nuevas perspectivas y posibilidades.

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En este contexto la tarea central de los socialistas revolucionarios en los inicios de este Siglo XXI es aportar a recuperar la credibilidad en la idea del socialismo, ha reponer su condición de horizonte histórico y sobre todo en el carácter emancipador del mismo.

El socialismo, esa transformación histórico cultural que acordamos en llamar socialismo, si es que alguna vez a de serlo, ha de ser crítico. No solo crítico de toda realidad existente en las sociedades bajo la dominación del capital, sino también crítico de nuestras experiencias históricas. Crítico también de nuestros propios actos y consecuencias en el presente.

Sin embargo esta recuperación/reposición de la idea transformadora y de su carácter crítico, no puede hacerse encerrado en los círculos áulicos de las ideas, al margen de la intervención en la lucha de clases.

El punto de partida deben ser las principales necesidades de las masas, en cada momento y con las especificidades de cada lugar. Toda propuesta alternativa a la actual situación de dominación del capital debe necesariamente partir de esta cuestión.

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Pero hay mucho que ha cambiado. Como respuesta al agotamiento del período dorado, ese ciclo único e irrepetible que va desde 1945 a 1975, el capital lanzó una profunda reestructuración de sus espacios industriales, productivos y de servicios, que contemplaba una fuerte ofensiva del capital sobre el trabajo. Donde las nuevas tecnologías, los cambios en los procesos productivos, la descentralización y deslocación de unidades y procesos, desempeñaron (lo hacen aún) un papel central.

Esta ofensiva del capital ha sido generalizada y sostenida. Sostenida en el tiempo porque se desplegó sin solución de continuidad desde los primeros años ’70 hasta la actualidad, generalizada porque ese despliegue lo fue sobre el conjunto de las conquistas sociales que la clase obrera y el conjunto de las clases subalternas fueron levantando, generación tras generación, como barreras contra la voracidad del capital.

La desregulación de los mercados, las privatizaciones, el desmantelamiento de importantes bastiones del movimiento obrero, la aparición de una enorme masa de trabajadores desocupados y otra de trabajadores precarios, las oleadas de migrantes y su fuerza de trabajo barata, han debilitado los sindicatos y al propio movimiento obrero.

Más aun, prisionero de una crisis de sobreacumulación desde los años ’70, e incapaz de acumular bajo las formas de la reproducción ampliada bajo la hegemonía financiera, el capital ha vuelto a ciertas formas propias de la acumulación primitiva, lo que autores como David Harvey denominan acumulación por desposesión. Apropiación de tierras, de los recursos naturales, del capital social acumulado (privatizaciones), del robo de los derechos de las personas (salud, educación, vivienda, espacios públicos…).

Cobran así significado los movimientos campesinos, de los pueblos originarios, de la sociedad civil en general por la defensa de la soberanía alimentaria, de la biodiversidad, del equilibrio ecológico, de los recursos energéticos, del agua, contra la mercantilización de los servicios públicos, contra el libre comercio, contra la guerra...

Estos movimientos son muy diferentes de los que había y de los que conocimos y aportamos a construir en los años ‘60 y ‘70. Aquellos se constituían alrededor de los sindicatos, en las fábricas en torno a la órbita de la producción, incluso la unidad obrero-estudiantil era mucho más clara. Por el contrario los nuevos movimientos se mueven más en la esfera del consumo y la distribución; de la sociedad civil en general y de la cuestión democrática.

Las luchas obreras en este período, fragmentadas y dispersas, se dan en el marco de este abanico de resistencias. Así se ha mostrado en los Foros Sociales Mundiales. El movimiento obrero allí aparece solo como una parte más de una lucha mucho más amplia contra el neoliberalismo. En este abanico de resistencias las luchas obreras aparecen diluídas, ¿Cuál es el resultado? Que se ha puesto en duda la hegemonía del proletariado para todo proyecto de cambio y transformación.

Pero nosotros sabemos que la globalización –eufemismo que no hace mas que encubrir esa tendencia histórica a la mundialización del capital- no significa la superación de las leyes y contradicciones del capital, por el contrario es la confirmación de las mismas, su verificación a nivel mundial, en una escala inédita, que nunca antes conocimos, En este sentido es necesario reivindicar el carácter anticipatorio del Manifiesto Comunista.

El capital trata de hacer del mundo entero una mercancía, pero el motor de esta avaricia sigue siendo la lucha K/T. Es el propio capital el que reconoce la centralidad del trabajo en la sociedad capitalista, esa centralidad que es fundamental y a partir de la cual es posible construir la alternativa socialista para el nuevo siglo.

En estos últimos años un cambio se ha operado en el mercado de trabajo mundial. El capital ha ingresado en una fase de crecimiento con una recuperación del capital productivo. Claro que este crecimiento es débil, y la actual crisis financiera global amenaza con desembocar en una recesión mundial. En paralelo la recuperación para el mercado capitalista de China y los países de la ex URSS ha significado el ingreso de mil millones de nuevos proletarios.

La desocupación ya no es hegemónica –ha descendido (al menos por ahora) en la UE, en los EE.UU y en AL- ese lugar lo ocupa ahora la precarización de las relaciones laborales y de la vida misma. En muchos países el movimiento obrero comienza a recuperarse, en nuestro país los asalariados son ya más de once millones, claro que más del 40% trabaja en negro. Una consigna gana espacios en varios continentes: “Tengo trabajo, ahora quiero salarios y mejores condiciones”

Sin embargo a pesar de que se mantienen los componentes esenciales del capitalismo, y sin los cuales el capitalismo no seria lo que es –me refiero a la explotación asalariada, la extracción de plusvalía, la dominación imperialista, el fetichismo de la mercancía…- los cambios, las mutaciones operadas en las últimas tres décadas, han modificado muchos de los parámetros en que se fundaban los presupuestos de la izquierda, y esto nos lleva a reformular la estrategia para el socialismo del futuro.

Mas aún cuando la ofensiva neoliberal y el fracaso de los socialismos reales han desdibujado el horizonte de cambio histórico.

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Entonces junto con la recuperación de la credibilidad y la esperanza en la capacidad transformadora del socialismo, se nos hace imprescindible recuperar también los debates estratégicos. Esos debates que hoy entre nosotros aparecen desdibujados. Tengo la impresión de que al menos en nuestro país la izquierda ha quedado, hemos quedado, prisioneros del coyunturalismo, del economicismo y el estatalismo, de esa conjunción perversa de populismo y escolasticismo estalinista que atravesó más de medio siglo de nuestra historia política.

Si algún aporte sustancial destaca del surgimiento de la llamada Nueva Izquierda en los años ’60 y ‘70 – en abierta ruptura con el reformismo de los viejos partidos comunista y socialista- no fue otro que poner en el centro de los debates y de la práctica política el análisis de la estructura de clases en nuestros países y el problema del poder y de sus vías.

¿Porque, como acercarnos al movimiento y accionar de las clases y sus fracciones sin un conocimiento más preciso de su composición, sus interrelaciones, sus proyectos y grados de organización y enfrentamiento?

Por el contrario hoy hemos retrocedido respecto a aquellos años. Nuevamente las formulaciones pendulan entre el sindicalismo y el reivindicacionismo por un lado y el ideologismo por el otro. El baricentro del poder no esta presente.

Recuperar los debates estratégicos significa reponer, en clave actualizada, la cuestión del poder, pero también el carácter y los ritmos del proceso revolucionario. La cuestión del sujeto, y como resultado de esto de la organización política y la forma partido.

Está también el debate y la política concreta acerca de la construcción de hegemonía. La constitución de un bloque de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas que se oponga al bloque dominante. No otra cosa es que la “polis”, recuperar la capacidad de hacer política, que la izquierda pareciera haber perdido.

Es en este marco que debemos pensar el Socialismo del Siglo XXI.

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Hay algunas precondiciones no taxativas que pueden enunciarse:

Que ha de ser democrático y plural, autogestivo, feminista y ecologista, que impulse el protagonismo social, y todas aquellas formas de empoderamiento por parte de las clases subalternas, que favorezcan y estimulen a pensar, decidir y hacer por su propia cuenta y decisión.

Que las experiencias del partido único muestran cómo las contradicciones inevitables en la sociedad en transición terminan volcándose en su interior neutralizándolo. Por el contrario mantener el carácter creador e innovador de todo proyecto socialista requiere libertad de organización y expresión para las distintas tendencias revolucionarias.

Que es necesario una nueva relación entre las masas y el partido –sea cual sea la forma política que este adopte-, entre representantes y representados, y entre aquellas y el Estado (la experiencia del Che en los primeros años de la Revolución Cubana es orientadora en este sentido).

Que el socialismo no es posible aislado en un solo país. Su dimensión es internacional, y en esta coyuntura latinoamericana debe tener al menos una dimensión regional.

Que no hay un modelo de revolución, que cada experiencia nacional, parafraseando al peruano Mariátegui, “no ha de ser calco ni copia, sino creación heroica”.

Que en la actual coyuntura la emergencia de la revolución bolivariana en Venezuela y su influencia en la región; el triunfo popular en Bolivia y la reciente recuperación de su renta petrolera; la propuesta del ALBA y el reciente Tratado de Comercio entre los Pueblos firmado por Cuba, Venezuela y Bolivia, muestran que hay otra forma de comerciar, de relacionarse solidariamente, por fuera del mercantilismo de la época. Y que tal vez estén inaugurando un nuevo tiempo en la región.

Que al compás del ciclo expansivo que transita la economía latinoamericana parecieran abrirse ciertos espacios de acumulación para las burguesías locales, una suerte de neodesarrollismo, lo que se contrapone con las visiones ultimatistas que confundiendo tendencias históricas con fenómenos coyunturales dan por agotados este tipo de movimientos cíclicos del capital.

Es en este contexto complejo y contradictorio es que debemos intervenir, buscando abrir caminos y senderos para el socialismo del nuevo siglo.

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En nuestro país nada de esto será posible si la izquierda –orgánica o no- no se constituye como una fuerza nacional. Si continua en el debate de pequeñas parcialidades, de confrontaciones estériles entre sí. De disputas menores que la muestran en un infantil juego de espejos, donde las distintas fracciones o tendencias solo alcanzan a superarse asimismas.

Por el contrario se trata de aportar a la recomposición y reorganización del movimiento social en su conjunto sin que la política de autoconstrucción (y las disputas tendenciales) se anteponga a las necesidades del propio movimiento. En última instancia se trata de reformular la forma de intervención política según las nuevas condiciones impuestas por el capital.

El reagrupamiento de la izquierda anticapitalista forma parte de la construcción del socialismo de este siglo en América latina y también en Argentina. Pero es necesario comprender que la lucha por el socialismo no es una imposición dogmática de objetivos preestablecidos, de verdades reveladas, sino que por el contrario es un inmenso laboratorio de experiencias sociales y políticas, donde estamos en condiciones de aportar pero que también tenemos que aprender.

Así la unidad no puede sostenerse simplemente en una cuestión aritmética, o solo en pautas programáticas. Por el contrario la unidad tiene que ver con la capacidad colectiva de pensar la realidad. Esa realidad que demasiadas veces nos es tan inasible.

La construcción del socialismo requiere pensar esa realidad desde una perspectiva estratégica pero también desde la intervención cotidiana. Para orientar la política practica de todos los días.

Pero para hacer política hay que tener visibilidad, romper el cerco de la marginalidad, no se puede construir en abstracto. Y la política no soporta el vacío, no se puede abandonar el terreno donde dominan los dominadores. No alcanza con la sola intervención en las luchas cotidianas, no se puede renunciar a las batallas electorales, estas son parte constitutiva del reagrupamiento de las fuerzas anticapitalistas y de la construcción de una identidad socialista. Aún a sabiendas de lo que estas significan y de los riesgos de caer en un electoralismo vacío.

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Es apenas un conjunto de enunciados plagado de interrogantes y de dudas, seguramente incompleto, y cuyas interpretaciones pueden ser de lo más variadas, pero tal vez intentando dar respuestas este inicio del Siglo XXI nos permita proyectar un futuro socialista esperanzado.

Como en la vida misma quedan abiertos más interrogantes que respuestas, pero como dijera el filósofo francés Daniel Bensaïd mas vale admitir lo que se ignora, o los obstáculos y peligros a vencer, que teorizar una y otra vez con viejas formulas. Lo que no otra cosa es que teorizar sobre nuestra impotencia.

Buenos Aires, septiembre de 2007.

* integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.


Nos guste o no, la izquierda debe reconquistar credibilidad, despertar esperanzas. Y eso sólo se hace en la vida cotidiana, no en las campañas electorales; organizando las resistencias; desarrollando experiencias locales autogestionarias y alternativas, sin sectarismos; dando una batalla tenaz, cotidiana y gris, en la construcción de ideas-fuerza capaces de orientar en sentido anticapitalista la rabia ciega de las mayorías. Almeyra

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