ContraHegemonía en Ciencia Política
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11/11/09

2º enc. Martí - Feminismo y Marxismo - Saberes de la opresión, saberes de la emacipación: reivindicaciones del pensamiento feminista

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Saberes de la opresión, saberes de la emacipación: reivindicaciones del pensamiento feminista.

María Alicia Gutiérrez
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires
mariagut@fibertel.com.ar

Publicado en Esperando a Godot, revista de cultura y política, Buenos Aires, Argentina Año II- nª 12, diciembre 2006

Las teorías sobre el género pusieron en la escena la importancia de la reflexión, y con ello la praxis política, de una dimensión de la subordinación excluida del pensamiento hegemónico.

La aparición del género como categoría de la subordinación, remite a una construcción que hace del conglomerado de lo social, lo cultural, lo biológico y lo psíquico, un entramado de dimensiones que permitieron visualizar el lugar de los grupos subalternos. En este caso, e inicialmente, pero no solo de ellas, de las mujeres.




La categoría de género en tanto refiere a un sofisticado modo de la opresión surge como un intento de reinstalar la realidad de las mujeres en los saberes de la emancipación. Por otro lado, remite, como supuesto básico subyacente, a la dimensión de la sexualidad, constitutivo de la condición humana. Por ello el género trasciende una problemática solo de mujeres. Refiere a la relación naturaleza/cultura, emoción/razón, debilidad/fuerza.

Sin embargo, también al interior de las teorizaciónes del género se reprodujeron la lógica de la opresión/emancipación. De una problemática exclusiva de mujeres a una performance donde es posible una construcción de identidad genérica diferencial, largo tiempo transcurrió en el pensar y el accionar político de las propias mujeres.

Del contrato social/sexual al Segundo Sexo

La historia de la opresión de las mujeres y sus intentos de autonomía es tan antigua como la humanidad. Eurípides, en su tragedia Medea, pone en el centro de la escena, y en las reminiscencias contradictorias del coro, la problemática del empoderamiento de una mujer, de las mujeres frente al poder instituido. Porque si hay algo que la teoría feminista y la teoría del género colocan en una interrogación profunda es justamente la dimensión del poder.

De ello dan cuenta, además de los brillantes estudios antropológicos, los primeros escritos de mujeres de la modernidad emergente. Mary Wolstoncraft y Olimpe de Gouges, fueron paradigmáticas de una lucha silenciada sobre el lugar de la mujer en el proceso de incorporación a la “condición humana” y de sujetos portadores de logos/razón. La educación, contrariando las “predicciones” de Emilio a Sofìa, será el elemento emancipador y posibilitador para colocar a la mujer en el espacio de lo público. Los contractualistas, con sus diferencias, pondrán en evidencia de que se trata lo publico/lo privado, la inclusión/ la exclusión. No existe ningún mito de origen contractualista que no haya dejado por fuera de la condición de ciudadanía a las mujeres. Ello, en palabras de Carole Pateman, fue posible porque existió un contrato sexual previo que “ubicó”a las mujeres en el espacio de la privacidad, del hogar, de lo doméstico produciendo la gran división sexual del trabajo de la cual Marx y Engels hacen referencia en La Ideología Alemana.

La díada capitalismo/patriarcado y su infeliz matrimonio, como lo llamara Heidi Hartman, desvelara a mas de una mujer revolucionaria. Rosa Luxemburgo y Alejandra Kollontai serán sus máximos exponentes frente al impacto de la revolución rusa y el auge del marxismo. La liberación de clase no logrará producir el deseado “hombre nuevo” sino va acompañado de la liberación de la mujer sobre todo en lo que a sexualidad, trabajo y decisiones públicas se refiere.

El período de entreguerra será una experiencia riquísima en términos del lugar ocupado por las mujeres. La necesidad de sostener la economía de guerra en tanto los hombres estaban en el frente impulso la salida laboral de las mujeres. Espacio de autonomía, de emancipación pero nunca abandono de las responsabilidades del hogar. Por ello, dirá la filósofa española Celia Amorós, no habrá verdadera y profunda democracia hasta que ello no solo alcance el ámbito público sino que revista el mundo privado. El verdadero intercambio de roles y funciones en los dos espacios, de manera completamente igualitaria, será el indicador de una democracia sustantiva.

Acabadas las contiendas, instalada la paz e iniciado el proceso de reconversión capitalista keynesiana, las mujeres deberán volver a su lugar “natural”: el hogar dado que instalaban una competencia demasiado fuerte para lograr el pleno empleo. La “mística de la feminidad” como la llamara Betty Friedan, retrotrajo a las mujeres al hogar, acompañadas del pensamiento eugenésico y el desarrollo industrial que las proveía de los necesarios artefactos domésticos para su “liberación”. El “problema que no tiene nombre”, en palabras de la autora, no es mas que la profunda depresión que acompañaba a estas mujeres amarradas a la naturaleza de la maternidad, entendida como pura biología, que les otorgaba el único y fundamental sentido de su vida. El capitalismo necesitaba de familias constituidas legítimamente, para garantizar las condiciones necesarias de la productividad. Control sobre los cuerpos, control sobre la sexualidad, como desarrollará Michel Foucault, que mucho dice acerca de los lugares de la subordinación.

El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, a fines de la década de 1940, pondrá en escena el famoso y conocido lema “la mujer no nace, se hace” intentando romper el encorsetamiento de la “naturaleza” y poniendo a la condición femenina en su verdadera dimensión: se trata de una identidad que apelando a un sustrato biológico se construye socialmente sobre la lógica de la subalternidad. No serán diferentes los argumentos utilizados en relación a otros grupos como los de raza e identidad étnica.


La revolución social, la revolución sexual

La década del 60, pondrá un punto de inflexión en el desarrollo de las teorías feministas y del género. La crítica certera a la sociedad opulenta, a la sociedad de consumo permitió resurgir una “nueva izquierda” que tendrá su punto emblemático en el mayo 68 frances. Allí participaron activamente las mujeres, pero también lograron tomar una desnuda conciencia de su condición. A la hora de pensar en el “poder” quedaban afuera de todo tipo de decisiones.

Los grupos feministas comienzan a generar su espacio y aprender un lento saber que las llevara una producción teórica y práctica acerca de su condición de subordinación.

Las “feministas de la igualdad” y las “feministas de la diferencia” pondrán sus puntos de vista y sus diferencias en la construcción de la identidad femenina y en la acción de ese nuevo sujeto político.

El género como construcción relacional, social, política y subjetiva permitirá comprender, al decir de Marta Lamas, que se trataba de una identidad construida con una remisión esencialista a la biología, a la maternidad. Entonces la sexualidad tenía mucho que decir en esta construcción.

Si bien las mujeres pusieron en la agenda cantidad de cuestiones silenciadas expresadas en legislaciones, ( aborto, patria potestad compartida, a igual trabajo igual salario, etc) no solo “los otros” construyen saberes de la opresión , saberes de la emacipación. El movimiento feminista, uno de los importantes movimientos que subvierte el orden social del Siglo XX, dado que ataca el meollo del poder, se inicia en el seno de los países desarrollados y en las mujeres, blancas, heterosexuales y de clase media. Esto le da una impronta donde quedan “silenciadas” las “otras de la diferencia” bajo un “universal” inexistente.

Del derecho a decidir a las diferencias excluidas

Será en la década del 80 del siglo pasado, donde desde los países centrales alzan su voz las mujeres excluidas de la lógica emancipatoria feminista: las pobres, las negras, las indígenas, las lesbianas. Ponen en escena justamente la lógica de “exclusión” al interior del propio feminismo y se producen importantísimos desarrollos teóricos que discutirán entre otras cosas a la propia categoría de género (altamente “tecnologizada” por el mundo académico y las agencias de cooperación internacional). La identidad de género ya no será solo una sino que surgirán “identidades de género” donde la subordinación será pensada a la luz de las condiciones de mujer, de clase, de etnia, de generación remitiendo a la negación de la heterosexualidad como única forma del placer.

De estos grupos surgirán una de las importantes “fisuras” de la teoría donde dinamizará y evidenciara que la opresión se construye sobre una serie de dimensiones entrecruzadas, que esto no es propio y exclusivo de las mujeres y que su posibilidad de emancipación se enmarca en luchas globales donde las alianzas políticas, móviles y flexibles son una condición necesaria. La identidad de género entonces se transmutara en identidades nómades, como dirá Rossi Braidotti y en una performance, donde se distingue acontecimiento de acciones, según Judith Butler.

Si bien la incorporación es significativa, hay “otras” que siguen fuera de la discursividad y de la acción concreta, tanto en la producción europea como la norteamericana.

Que acontece en la periferia subordinada?

La realidad latinoamericana posee un recorrido diferente, si bien se va a nutrir en muchos momentos del proceso de la producción teórica exógena.

La invisibilidad de las mujeres es un rasgo compartido: desde las independentistas, las mujeres de los salones literarios, las sufragistas, las anarquistas (cuyo lema era “ni dios, ni patrón, ni marido”), las teóricas académicas hasta los grupos queer, la región ha recorrido un largo camino.

Sin embargo había realidades propias: el machismo acendrado en nuestra historia cultural, la remisión al mundo privado, la temprana o lenta (depende los casos) incorporación a la educación y por lo tanto al mundo del trabajo, les dieron a las mujeres de América Latina y el Caribe un perfil diferencial. Flora Tristán, entre otras, mucho dirá de la condición de opresión de las mujeres en tiempos pretéritos.

La realidad de la acción política y reflexiva de las mujeres latinoamericanas fue acompañando los procesos políticos de la región. La década del 70, implicará la incorporación de la mujer a la educación y a la lucha política, pero aun no aparecían las demandas específicas de género. Del tiempo de las dictaduras, las mujeres organizadas pidiendo por la vida, como el caso de las Madres de Plaza de Mayo, cuya nominación de “locas” remitía al mito de origen de la condición de la mujer como bruja, perversa, loca, etc. Las condiciones de la crisis llevo a las mujeres a organizarse en grupos de demandas por tierra, por la copa de leche y otras necesidades ligadas a las cuestiones materiales de la vida, pero siempre en la escena en su lugar de “madres” que las ubicaba en un espacio “libre de sospechas”, al igual que a las Madres.

La transición democrática en la región va a ser un punto de inflexión para el desarrollo de las mujeres y sobre todo de la incorporación al sistema universitario de los estudios de género. Las demandas por “nuevos derechos”, la participación en las conferencias internacionales de Naciones Unidas, volverán a construir una nueva “elite” que, dificultará la incorporación al movimiento de mujeres a un sinnúmero de mujeres, sobre todo de sectores populares. Acerca de ello y de la construcción de la política teorizarán entre otras Julieta Kirkwood y Virginia Vargas.

Sin embargo, las presiones de las mujeres de sectores populares por sus demandas van a ser una razón mas que contundente para su pertenencia al movimiento de mujeres que, en países como Argentina se articularon en los Encuentros Nacionales de Mujeres que hace 21 años se realizan sin interrupción.

Saberes de la opresión, saberes de la emancipación en la periferia

El recorrido de la historia del pensamiento feminista y de género como de las acciones políticas han sido diferentes en la región a los países centrales. Como ya nos referimos se desarrollaron en otros tiempos y ante condicionantes sociales, políticos, económicos y culturales diferentes.

Despuntando el SXXI se puede decir que hay un acervo de reflexión teórica acerca de la cuestión en varios campos del conocimiento: antropología, literatura, sociología, ciencia política, filosofía, etc. pero sobre todo hay una práctica de luchas y debates por la incorporación de las prácticas y las confluencias de saberes con otros grupos, otros intereses y otros discursos.

Sin embargo, aun prevalece la condición de subordinación de los saberes en relación a los países centrales y aun es necesario hacer una revisión, recopilación y producción propia de la región, rescatando sus raíces y sus condicionantes así como repensar en la acción las potencialidades emancipatorias que aun atraviesa al movimiento de mujeres, o si ellas se han diluido frente al impacto de la hegemonía neoliberal. La teoría feminista y la teoría de los géneros epistemológicamente está situada dentro de la teoría crítica: por ello esas “fisuras” de origen le otorgan una condición de posibilidad de pensarse y repensarse cada vez. Por otro lado, como movimiento está atravesado por los rasgos positivos y negativos de los movimientos con un dato que no es menor: el debate sobre el poder y su construcción retorna insistentemente. Poder y sexualidad atraviesan las prácticas y las reflexiones sobre el género y aun son percibidos como los “bárbaros” del poeta Konstantin Kavafis que, si bien están riesgosamente al acecho, pueden servir para articular sentidos al pensamiento progresista. Acerca de estos riesgos las teorías de los géneros proveen algunos elementos de vigilancia permamente.
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5/11/09

Cat. Libre J. Martí - 2º encuentro - 11/11 Constitución 20 hs.


Esto saldra antes del leer mas


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4/11/09

Cat. Martí II - El Poder Popular - Modesto Guerrero

Dilema VIII
El poder popular


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Ahora veamos porqué el derecho a reelección no ahoga el desarrollo del poder popular. Lo primero a recordar es que se trata de un poder popular con una vida más o menos propia. En relación estrecha con el Presidente y otras mediaciones, pero bastante independiente en las estructuras sociales de la población, excepto en el voto. Cuando se trata de elegir Presidente o gobernantes, incluso parlamentarios, es casi totalmente dependiente de él. Su figura domina y determina. Sin embargo, la dinámica y formas de organizarse de esos movimientos son bastante rebeldes, contestatarias, des-aparatizadas, aunque tengan formas difusas.

Este fenómeno se escapó en la breve historia de la revolución bolivariana. Chávez potenció al comienzo el desarrollo del poder popular, luego, desde 2004, se acentuó la tendencia a controlarlo y estatizarlo. A esta altura es cuesta arriba cortarlo, aunque se lo llegara a plantear el gobierno y el sector más conservador y bonapartista del régimen.
Esa tendencia rebelde del poder popular también se manifestó en la abstención del voto chavista de diciembre de 2007. Fue un acto muy contradictorio. Contuvo el voto conservador de muchos funcionarios del chavismo y de una parte de la clase obrera que en ese momento estaba molesta. Ese elemento de rebeldía se opuso a la forma en que se manejó la propuesta de reforma y la campaña por ella. Aquella campaña se pareció a la hecha en febrero por la oposición. Al “vote Sí” del llamado del comando del gobierno en 2007, le correspondió el “No es no” de 2009. La misma vacuidad argumental.
El voto rebelde mezclado con el voto conservador de entonces, llevaron a la derrota en 2007 y al mismo revés un año más tarde en algunas alcaldías y gobernaciones.
Allí aparecen dos elementos que señalaba la académica Sterlling: la “madurez política” del voto chavista. Esa madurez es un signo de independencia política difusa del movimiento.
Esa rebeldía se volvió a expresar en el voto castigo a los gobernadores y alcaldes chavistas menos queridos en noviembre de 2008, incluso en el caso de algunos postulados por el Presidente. Ese voto-castigo ya se había manifestado dentro del PSUV. A comienzos del 2008 fueron rechazados los candidatos que la base del congreso consideraba “malos”. No por casualidad Aristóbulo Istúriz fue el más votado.
Ese carácter rebelde del movimiento de base bolivariano, se puede encontrar en muchas zonas de la vida política nacional. Ya es tarde para hacerlo retroceder, perdió el miedo, rompió algunos mitos y se expresa políticamente. Sólo a tiros lo pueden detener. O corrompiéndolo y adormeciéndolo, como ocurrió en Bolivia con el MNR, con el peronismo combativo de la resistencia de 1955 en adelante en Argentina, o la destrucción del movimiento obrero varguista en Brasil. Esa posibilidad no es la más probable, por ahora.

Constitución de las “vanguardias” en la revolución bolivariana

Uno de los fenómenos más llamativos y alentadores del proceso revolucionario que vive Venezuela es la emergencia y renovación constante de su base social militante. Por base social militante queremos significar la actividad de cientos de miles de jóvenes, mujeres y hombres que a diario realizan acciones sociales y políticas de diversa índole. De esa masa, decenas de miles se organizan en forma permanente para la actividad política en diversas agrupaciones de la vida económica, social, política y cultural.
Estas acciones tienen masividad, alta combatividad y sacrificios humanos, y una manera dinámica y desaforada de expresarse: desde 1999 han renovado sus formas organizativas sucesivamente, expresando en ello tradiciones culturales, fragilidad social, necesidades defensivas y políticas gubernamentales.
Hasta 2002 fue notoria la participación de las mujeres de los barrios, que junto a los jóvenes vivieron el más importante despertar político en medio siglo. Pero en ambos casos en forma difusa e inorgánica. Diversos testimonios y documentales mostraron a las amas de casa y jóvenes de entre 14 y 20 años organizando la resistencia al golpismo en los barrios pobres, en las marchas multitudinarias, en los diversos comités sectoriales, en las cooperativas, en la defensa militar y en la aplicación de las Misiones Sociales del gobierno.
Desde 2003 la mujer y la juventud mantienen su protagonismo, pero compartido con la clase obrera organizada en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) de las provincias y con un sector de los campesinos que comienzan a activarse.
En los tres casos, lo difuso e inorgánico fue haciéndose más definido, un poco más organizado en los barrios y lugares de trabajo. Esto puede medirse por la cantidad de organizaciones en las que se agrupan desde 2002.
Este ha sido el principal elemento constituyente de su intensa experiencia política ganada entre 2001 y 2004. En ese lapso nacieron casi todas las organizaciones y medios periodísticos comunitarios que existen en 2009: la ex UNT, nacida en abril de 2004, los dos movimientos campesinos, un centenar de agrupaciones barriales, nueve de cada diez medios alternativos donde militan unos 3.000 a 5.000 adolescentes y jóvenes menores de 25 años y un pequeño sector de intelectuales de la vieja y la nueva época.
También aparecieron las Misiones, que entre 2003 y 2008 suman 23. En 2000, las cooperativas no pasaban de 3.800; en 2008 se registran más de 150.000. La organización nacional de la reserva militar cuenta con casi 700.000 movilizados, que además del entrenamiento militar, participan de debates políticos, a veces alrededor de los cuarteles y en el entrenamiento mismo. En 2003 surgió una pequeña organización de clase media llamada “Clase Media en Positivo” (contra la otra, condenada por negativa al proceso revolucionario). Esta curiosa agrupación de profesionales movilizó algunas decenas de miles a nivel nacional.
Si la masividad del fenómeno de la vanguardia bolivariana se redujera a su medición estadística, daría un resultado poco alentador. Cuando la valoramos en su contexto y dinámica y sobre todo por el peso cualitativo de esa novedad en una sociedad tradicionalmente desordenada, con una izquierda de igual signo, entonces el resultado es otro: es un proceso nuevo, enriquecedor, de un acelerado aprendizaje político superador de todo lo que vivió antes, incluso en la revolución social de 1958.
Citemos la opinión de uno de los referentes de la vanguardia venezolana, Roland Dénis, intelectual-militante venezolano y miembro del Proyecto Nuestra América-Movimiento 13 de Abril (PNA-M13A). Dénis sostiene que el desarrollo es escaso a partir de una relación poblacional: “Esta es una sociedad de 24 millones de habitantes y estamos hablando que esa dinámica progresiva de nuevas organizaciones, nuevos valores, de nuevas prácticas toca alrededor de 2 millones de personas. O sea estamos hablando de un 10% de la población en su conjunto”.
Si existe un argumento de peso para demostrar la potencia de la novedad, es precisamente el que da Dénis como insuficiente. Para relevar su significado hay que valorarlo cualitativamente, como un factor dinámico del movimiento de masas generado detrás de Chávez.

Surge el chavismo como movimiento nacionalista

Para comprender la pujanza y vitalidad de la vanguardia venezolana, debemos ubicarla en su proceso histórico reciente, sin el cual puede resultar un espasmo sociológico.
La investigadora venezolana Margarita López Maya muestra lo siguiente en su libro Protesta y Cultura en Venezuela:

La última década del siglo XX venezolano se distinguió por la sorpresiva vitalidad de la movilización popular callejera en sus principales ciudades, de manera especial en Caracas, la capital y asiento de los poderes públicos.
Este fenómeno evidenció la activación de una “política de calle”, es decir, una peculiar forma de relación y negociación entre diversos sectores sociales y el poder:
Según la organización civil de derechos humanos PROVEA, en los últimos diez años que transcurren entre octubre de 1989 y septiembre de 1999, hubo un promedio no menor a dos protestas diarias en Venezuela (7.092 protestas en total) correspondiendo la etapa de mayor movilización a los años entre 1993 y 1995, que fueron de crisis política, y al año 1999, cuando la protesta se reavivó por el acceso al poder de una nueva alianza de fuerzas.
Estos datos de PROVEA no incluyen las decenas de paros laborales realizados por los empleados públicos en estos años, una de las formas de protesta que más afectó las rutinas de esta sociedad.

Conviene ubicar esta marejada de luchas en el proceso de rupturas sociales, políticas y culturales que trajo al país la insurrección del Caracazo (febrero de 1989), que a pesar de su apelativo, reducido a la capital venezolana, en realidad se produjo en siete ciudades más y decenas de pueblos. Y sobre todo, constituyó un cimbronazo sobre la estructura del poder y la conciencia popular como no se había vivido desde la revolución popular de 1958. La mayoría de esas luchas (72%) contuvieron violencia callejera, definidas por la investigadora como luchas “confrontacional” y “violenta”: 224 cierres de vías, 163 tomas e invasiones, 504 disturbios, 194 quemas y 116 saqueos.
Este mar de acciones contra los tres gobiernos anteriores a 1999, se concentraron en un nuevo movimiento nacional, o nacionalista, con el liderazgo del ex teniente coronel conspirador. Esto nació antes de 1998, pero desde ese año vivieron un envión que le fue dando el poder social que detenta desde entonces.
Dentro de ese movimiento, fueron configurándose experiencias militantes nuevas que desde muy temprano buscaron salidas o soluciones que trascendieran al antiimperialismo frente a otras que prefieren congelarlo en ese punto. Constituye una particularidad si lo comparamos con fenómenos nacionalistas de la historia, menos blandengues al interior, más aparatizados, orgánicos y estatizados que el chavismo.
Las Misiones nacieron como instrumentos para la redistribución de la renta petrolera, pero se realizaron por fuera de los aparatos ministeriales. Fue una iniciativa de Chávez para evitar la burocracia propia y ajena. Roland Denis se refiere a ellas con acierto: “Por ejemplo, las Misiones en sus inicios –luego se institucionalizan muchísimo– tenían explícitamente una intención de forjar un campo de poder de Estado anti-Estado, anti-burocrático. Es decir, que la gestión de gobierno esté en manos de los movimientos populares”. Denis define este tipo de movilización militante como “movimiento popular administrado”, porque “es un movimiento que es muy administrado desde ‘arriba’, desde las direcciones de Estado”.
Miles de misioneros hicieron su primera militancia en las Misiones dentro de los barrios, allí fueron aprendiendo a reconocer enemigos y amigos y a luchar, incluso contra funcionarios erráticos del propio gobierno. Un caso conocido fue la huelga de centenares de enfermeras contra el ministro de Salud, Roger Capella, por el pago de los sueldos en 2004. Las enfermeras triunfaron, el ministro fue removido.
Los medios comunitarios se mantienen independientes en su mayoría, a 10 años del régimen, como detalló en sus conferencias en Buenos Aires el director de Aporrea, Gonzalo Gómez: “Hemos logrado mantenernos independientes del aparato de poder, aunque hemos colaborado muchas veces con él en diversas tareas que el gobierno no podía asumir, negociamos el financiamiento a cambio de espacios o producciones documentales, pero son muy contados los casos en los que medios alternativos terminaron manejados por algún burócrata o por el gobierno central”.
Las misiones contuvieron el mismo conflicto entre su estatización y su autonomía, vivido por la mayoría de las organizaciones surgidas con el chavismo. Este espacio de conflicto permite la movilidad de reorganización y aprendizaje a las vanguardias venezolanas, dentro de una gran democracia de libertades políticas.
Estos datos políticos son inéditos en procesos similares del continente, si lo comparamos con experiencias o movimientos nacionalistas del siglo XX. Incluso en el caso de Juan Velasco Alvarado, que expropió casi toda la prensa capitalista, lo hizo para sumar cuadros intelectuales que terminaron por ser promotores acríticos de todas las políticas de su régimen. Peor fue el caso del peronismo en Argentina o el de Getúlio Vargas en Brasil. Un proceso que comenzó con amplias libertades como el sandinismo, en pocos meses fue truncado y los movimientos perdieron sus autonomías.

El año que despertaron los trabajadores

En el año 2003 entraron a escena los asalariados como cuerpo de clase. El hecho fue el triunfo revolucionario contra el saboteo golpista de la industria petrolera (diciembre 2002 a febrero del año siguiente). Los trabajadores entraron en escena como siempre lo han hecho en la historia: cuando y como les dio la gana, con sus organizaciones, métodos y vanguardias de clase.
No hubo fuerza humana, o sobrehumana, que los obligara a militar masivamente antes de 2003. Pero tampoco hubo nada que se lo impidiera cuando los acontecimientos nacionales los pusieron en el centro de la escena en enero de ese año. Para expresarlo en palabras de quien fuera en aquellos años su principal dirigente, Orlando Chirino, “los trabajadores fueron el sujeto protagónico y donde el cuestionamiento era frontal al empresariado y su ‘propiedad privada’ sobre las empresas”. Chirino define ese triunfo y el ingreso militante de los trabajadores como “una nueva revolución de carácter obrero”, expresión exagerada o equívoca, pero en todo caso expresiva de la fuerza transformadora de aquella acción que sin duda marcó la conducta de la vanguardia política y social venezolana.
La máxima expresión organizativa de esa movilidad de la clase obrera venezolana fue la construcción de la UNT, tras un acuerdo de las principales corrientes y líderes que dirigieron el triunfo contra la conspiración de la industria petrolera, un año antes. El carácter “acuerdista”, por arriba, sin asambleas de base, que permitió la creación de la UNT, no le borró ninguna de sus características progresivas, genuinas al servicio del proceso revolucionario. Aunque, es cierto, dejó sembrada la semilla estatista en la central, que luego afloró como enfrentamiento público y causa de su división en 2006.
De hecho, la UNT nació en el crisol de las acciones conmovedoras de abril de 2002 a abril de 2003, un año templado de enfrentamientos y tensiones de todo tipo. Miles de fábricas fueron cerradas por sus patronos, una parte de ellas tomadas o recuperadas por sus trabajadores mediante centenares de huelgas y movilizaciones. En ese escenario se templó el nuevo movimiento obrero venezolano nacido con la UNT.
Es un movimiento que desplaza históricamente a la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), central burocrática pasada al golpismo proyanqui. La UNT se fundó con unos 120.000 trabajadores y tres años después reunía casi dos millones de trabajadores. La CTV sobrevive con unos 180.000 afiliados sin motivación sindical alguna.
La aluvional afiliación y organización en las UNT regionales y zonales, en menos de tres años, la había convertido en la más importante organización de masas y de vanguardia del proceso político venezolano. Después de las Fuerzas Armadas, era la más importante estructura nacional con fuerza territorial del país. Desde 2005 la UNT no existe más como lo que fue. Hoy se debate entre estatistas y antiestatistas, con sus fuerzas dispersas regionalmente y la existencia de un nuevo aparato, la Central Socialista de Trabajadores (CST).
Estas características permiten comprender la furiosa batalla política que se vivió hasta 2007 en el seno de la UNT. Cinco fracciones dirimieron su destino político desde el congreso de mayo de 2006. Las cinco fracciones se reagruparon en dos sectores, diferenciadas por su relación con el aparato de Estado. Hasta septiembre de 2006, la Corriente Clasista Unitaria, Revolucionaria y Autónoma (C-CURA) representaba entre el 50% y el 60% de la central. La segunda fuerza era de la dirigente demócrata-cristiana Marcela Máspero, con alrededor del 30%. El resto se repartía en las otras tres corrientes. Pero también C-CURA y el resto se han transformado. Ninguna tiene en 2009 la fuerza que tenía en 2006, cuando se dividieron. Todas están en crisis y bastante disminuidas en afiliados y fuerza social. De esa dispersión nace la CST como una expresión burocrática.
Su peso nacional declinó tanto que dirigentes militares amigos de los trabajadores, como el general Alberto Müller o el ministro Rodríguez Araque se animan a decir que en Venezuela “el movimiento obrero no existe”. Es una evidente exageración, pero refleja una realidad: el retroceso de la UNT.
Sin embargo, es bueno destacar un hecho poco reconocido. En Venezuela, al contrario de otras experiencias similares en el pasado de nuestro continente, no ha sido posible integrar al conjunto del movimiento obrero y sus sindicatos como apéndices del Estado. La UNT fracasó como experimento, pero el control estatal del movimiento obrero también. Se tuvo que limitar a los sindicatos que controlaban los sectores gustosos de la estatización. Ese solo hecho debería llamar la atención sobre las características del proceso revolucionario que vive el país y la particularidad de un movimiento obrero joven e inexperto, que ha tenido la capacidad de resistir al control estatal a nivel nacional.
En forma simultánea, sobre la fuerza desatada por los mismos acontecimientos, irrumpe un sector del campesinado –y de los indígenas como parte de él–, movido también por la Ley de Tierras (septiembre de 2001) que habilitó la vía constitucional para enfrentamientos rurales por el derecho a cultivar y poseer “tierras ociosas” que la burguesía abandonó hace décadas o que usufructúa sin derecho de propiedad registrado. Esto colocó, por primera vez desde la Guerra Federal (1860), al campesino pobre contra el campesino rico (que hace mucho ya no es campesino) y generó dos movimientos de militancia ruralista de la que Venezuela no tenía memoria: la Coordinadora Agraria Nacional Ezequiel Zamora (CANEZ) y el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora. El movimiento campesino es la otra gran conquista social del proceso bolivariano, completando su carácter de clase en los sectores más prosternados de la sociedad contemporánea: los campesinos y los indígenas.
El “amesetamiento” del proceso revolucionario venezolano no ha limado el desarrollo político de su poderosa vanguardia, aún a pesar de la cooptación estatal y corrupción de muchos de sus cuadros, el cansancio, la acomodación o corrupción de otros y el desenfrenado consumo que abrió la redistribución de la renta petrolera desde comienzos del año 2004.

Profundizadores y gradualistas

Los cuatro años que van de 2001 a finales de 2004 sedimentaron en Venezuela un estado de conciencia nacional radical antiimperialista. Desde 2005 comenzó a mezclarse con otras formas ideológicas. En buena medida se le debe a Chávez, que promovió la autoorganización de las masas, llamada por él “empoderamiento popular”.
Esa conciencia nacional antiimperialista comenzó antes de que Chávez la proclamara en julio de 2004, como “la apertura de la etapa antiimperialista”. Inmediatamente dio paso a la discusión sobre socialismo, desde enero de 2005, cuando habló en el Foro de Porto Alegre, sobre el “socialismo del siglo XXI”.
Lo interesante, es que en la lucha viva del proceso la amplia vanguardia venezolana ha ido aprendiendo a tientas y a golpes de ilusión que esa “oligarquía” es mucho más que algunos “empresarios malos”.
Entre 2001 y 2004 la realidad mostró un cuadro de acciones y enfrentamientos de alta concentración y polarización política. En él ocurrieron dos golpes de Estado, el primero triunfante por 47 horas, el segundo intentado ocho meses después, ambos derrotados por una movilización masiva que acudió a métodos revolucionarios de acciones directas, ocasionalmente armadas y organizadas en forma progresiva. También pertenece a este período el referéndum revocatorio presidencial de agosto de 2004, que se convirtió desde abril de ese año en un acontecimiento nacional e internacional.
Durante aquellos meses cruciales apareció, por primera vez, una brecha dentro del chavismo y la militancia bolivariana, adelanto imprevisto de las batallas ideológicas que viviría después. Eran “los profundizadores” y “los gradualistas”. Antes de 2005 esa diferenciación existía pero en formas difusas, envueltas en la marea nacionalista y bajo la impronta sobredeterminante del liderazgo de Chávez. Es una reedición de la polémica secular entre reformistas y revolucionarios. Como es natural en estos casos, ambas corrientes eran en realidad “espacios” difusos que concentraban militancia nueva que aprendía, y militancia más tradicional que hacía frente común, sin que los identificaran los mismos programas y métodos de acción política.

La mutación del aprendizaje

Esos movimientos “de vanguardia” han mutado tantas veces como lo ha exigido la tensa y cambiante situación política desde 1999. Han vivido en una permanente creación y recreación constructiva, como ocurrió con los más ilustrativos procesos revolucionarios del último siglo. Venezuela estuvo preñada de una movilidad transversal que a veces asombra. Desde 2005, ese desarrollo llevó a una maduración política distinta, superior. En primer lugar, comenzó a develar en estos movimientos que la revolución bolivariana no avanzará un solo paso más sin la participación activa de ellos y que esto significa la capacidad de asumir el poder en todas sus formas.
En segundo lugar, se instaló el debate sobre el socialismo entre ellos y de ellos con las masas y los sectores refractarios del poder establecido. Este delicado tema venía siendo sostenido y proclamado por una minoría de esos movimientos (o dentro de ellos). Desde entonces se convirtió en una conversación cotidiana. Esto se aceleró a partir de 2005 cuando el presidente Chávez decidió proclamar la necesidad del socialismo del Siglo XXI. Esta nueva conciencia política nacional se formó desde la derrota del golpe de Estado en abril de 2002. El propio Chávez lo alentó cada vez que declaraba que fue salvado por el pueblo y lo invitaba a organizarse para defender sus conquistas.

“La materia prima de lo consciente”

Este proceso de constante organización de “la vanguardia” bolivariana avanzó a lo largo del año 2003 con las Misiones Sociales. Éstas les enseñaron a los movimientos sociales que sin ellos no era posible la aplicación de estas políticas públicas transformadoras. Las más importantes se realizaron por fuera del aparato estatal, con cuadros surgidos de la noche a la mañana, o al revés, da lo mismo.
Las organizaciones comunitarias venezolanas fueron las garantes de que no hubiera fraude en el referéndum, como pretendían el Grupo Carter y la OEA en su negociado con el Comando Ayacucho, formado por los principales diputados del chavismo del año 2004. Aquel año, las organizaciones de base se levantaron, paralizaron Caracas e impusieron la suspensión del Comando Ayacucho y la organización de un nuevo comando bajo la dirección personal de Chávez. Su único punto débil fue la ausencia de las organizaciones comunitarias.
Éstas se movilizaron por decenas de miles el mismo día del intento de fraude, tomaron la ciudad e impusieron una nueva realidad política. Tres días más tarde se trasformó en un acto de más de 250.000 personas con el presidente Chávez en la Plaza Bolívar. Allí se proclamó la famosa “Batalla de Santa Inés”, con la que fue derrotada la derecha el 15 de agosto en el referéndum revocatorio. Ese año, la revolución bolivariana ganó un nuevo impulso.
Los organismos que determinaron el triunfo del Presidente y la continuidad del gobierno fueron las “patrullas electorales” que sumaron a más de 900.000 activistas a nivel nacional. La mayoría de estas personas se integraban por primera vez a una actividad política.
Entre 1998 y 2004 adoptaron siete o nueve formas distintas según las exigencias políticas internas. Cuando las situaciones de enfrentamiento son agudas tienden a conectarse en formas intermedias que desaparecen ni bien pasa la coyuntura. La fuerza y dinámica de este movimiento-proceso no deja en paz a ninguna institución estatal o partidaria, dirigentes o funcionarios apoltronados o con deseos de apoltronarse.
Para salvar las conquistas adquiridas hasta abril de 2002 se amalgamaron en los barrios y alrededor de los cuarteles en forma cuasi espontánea, aunque los motores de la resistencia fueron los mismos jóvenes y amas de casa que ya participaban en círculos bolivarianos, comités constituyentes, coordinadoras sindicales y asambleas barriales.
Lenin llamaría a esa espontaneidad “la materia prima de lo consciente”.
Sin separarse físicamente de sus comunidades han sostenido la aplicación de las Misiones. Como me dijo una profesora, coordinadora de la Misión Robinson, “si hubiéramos esperado a que desde el Ministerio de Educación se apliquen las Misiones Robinson, Ricaurte o Ribas, ya habrían tumbado al Presidente varias veces”. La nueva militancia social venezolana no diferenció entre su actividad política y la labor social de educar y ser educado.

La vieja vanguardia, a la retaguardia

En sentido contrario, la mayoría de los partidos y dirigentes de la izquierda tradicional venezolana jugaron un papel “de retaguardia” en abril de 2002 y en todas las coyunturas desde entonces. De hecho representan una franja conservadora del proceso revolucionario. Ellos quisieran que todo se detenga en el punto al que ha llegado y “vivir felices para siempre”.
En la prueba más importante que tuvieron hasta ahora, el golpe de abril, la mayoría sufrió una regresión perversa a sus nostalgias juveniles. Muchos de ellos soñaron con organizarse para “subir los montes y hacer la guerra desde la montaña”, como declararon en días posteriores al 13 de abril. La realidad los hizo descender en forma estrepitosa de su fantasía vanguardista irremediable: los barrios de las nueve principales ciudades ya tenían paralizados los cuarteles y el Palacio de Miraflores.
Felizmente, una parte de esta vieja guardia militante comprendió, se adaptó y se puso a trabajar al lado de la nueva militancia comunitaria, campesina y sindical. Otra parte no soportó el desafío y aspira a seguir disfrutando del portaviones del poder, o se fue, pero no a la montaña sino a la derecha.

Desafíos de una vanguardia nueva

La “vanguardia” se expresa de múltiples maneras y a una velocidad política determinada por los acontecimientos. Esta virtud representa el motor de la revolución bolivariana, pero se convierte en su principal enemiga, al no tener una expresión política nacional o regional de envergadura.
Mientras exista el actual proceso político, los movimientos comunitarios serán su sangre y sus vértebras. A pesar de sus carencias y fragilidad ofrecen una base social sobre la cual intentar superar las actuales contradicciones mortales entre una dinámica política francamente revolucionaria y un Estado capitalista aparatoso, fracasado y corrupto por los cuatro costados.
Como dijo con socarrona mordacidad un dirigente popular chavista en el barrio 23 de Enero de Caracas, “entre Chávez y nosotros no hay nada y lo que hay huele a fo”. En realidad, no es exactamente así porque están las Fuerzas Armadas como estructura nacional y el aparato estatal distribuyendo renta, pero es una expresión que refleja el patetismo de un aspecto clave de la realidad venezolana. Para decirlo en una palabra de moda en Venezuela, “sin el empoderamiento de estos movimientos la revolución bolivariana se vaciaría de contenido social.”
Eso, a estas alturas, significa la responsabilidad histórica de ser capaces de asumir el poder político y económico y servir de base para la democratización del Estado desde abajo, nutrido por –y apoyado en– estas organizaciones populares genuinas.
La cogestión y las cooperativas que se aplican hoy podrían ser un camino alterno hacia el objetivo, siempre que el objetivo sea la reorganización socialista de la sociedad venezolana.
Lo que se denomina “revolución bolivariana” sería irreconocible sin la existencia personal de Chávez y sin la marca constitutiva de sus “movimientos comunitarios”, entendiendo por esto no una abstracción sociológica sin contenido de clase, sino la expresión política y cultural de las profundidades transformadoras de las clases trabajadoras que la sostienen: los barrios pobres de las grandes y pequeñas ciudades y los asalariados industriales, estatales y rurales. Es uno de los síntomas de buena salud más sólidos y esperanzadores de la revolución bolivariana en marcha.
Esos movimientos son “vanguardia” en el sentido tradicional en la medida en que su actividad y vida política los coloca “un paso delante” (decía Lenin) del conjunto de las masas pobres movilizadas, pero no lo son en tres magnitudes cualitativas: su forma de vida, sus formas organizativas y su militancia social.
Esa posición de “vanguardia” social y política es desigual, relativa. Seguramente, la discusión sobre el socialismo del siglo XXI le ayudará a completar su rol orientador y facilitador en el proceso.
Basta recordar que las patrullas electorales y las Unidades de Batalla Electoral que funcionaron entre mayo y agosto de 2004 alcanzaron un registro de activistas que superó las 900.000 personas en todo el territorio. Esto no puede ser vanguardia en el sentido tradicional y sin embargo lo fue respecto de ese período político, de la tarea asignada (ganar al “No” en el referéndum) y la decisión de defenderlo en las calles el día de la votación.
En siete años de proceso político los movimientos de vanguardia venezolanos han mostrado “capacidad y talento para la creatividad revolucionaria”, “la organización masiva”, “la acción directa” y “la democracia de base”. Estas cuatro características son fundamentales a la hora de reflexionar acerca del presente y el futuro de ella.
La vanguardia bolivariana viene haciendo este nuevo aprendizaje del “socialismo del siglo XXI” con la misma libertad que hizo los anteriores, antes y después de 1999. El dilema de los movimientos sociales venezolanos no está en su capacidad de rebeldía, que les sobra. Su destino debe resolverse en otro terreno que pertenece a la política, a la estrategia, a la experiencia histórica. Ahí comienzan sus complicaciones.
Persiste una tendencia a suponer que poder popular se reduce a constituir movimientos, redes, agrupamientos, medios y rebeldías varias. Sin duda que sin esos elementos no sería poder popular, pero sólo son elementos. El riesgo es que sea víctima de una visión y práctica populista, difusa, culturalista, casi antropológica del poder popular.
Para elevarse como poder alternativo ante la nación, las vanguardias bolivarianas deben constituirse políticamente en mediaciones con el mismo poder que un partido político tradicional. Deben aprender a centralizarse a nivel nacional, actuar en la superestructura política, determinar políticas públicas, ir sustituyendo el aparato carcomido de la IV y la V Repúblicas. Sus funcionarios deberán ser electos pero revocables en cualquier momento. Un ejemplo aproximado es lo que se practica en el distrito Torres de Barquisimeto, en el occidente del país. Allí los dirigentes tienen carácter de voceros y se tiende a democratizar la vida social.


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Biblio Cát. Martí II - ¿Qué alternativa socialista para el nuevo Siglo? - Lucita

Eduardo Lucita

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Para nosotros, digo, para todos aquellos que integramos la generación que se sumó a la lucha por la revolución y el socialismo en la alborada de los años ’60 al calor de la Revolución Cubana, el período iniciado hace más de 30 años ha sido nuestra verdadera “medianoche en el siglo”, para ponerlo en palabras de Víctor Serge en su poema Confesiones (1938).


Digo esto no solo por las persecuciones, torturas, desapariciones, asesinatos y exilios –externo e interno- que, conviene recordarlo, aún nos pesan, sino también porque los profundos cambios que se introdujeron desde entonces en el sistema mundial y también en nuestro país concluyeron poniendo entre paréntesis el ideal revolucionario, cuestionando la perspectiva socialista alcanzando también las propias bases teóricas del marxismo.

Para quienes atravesamos la década de los ’80 y en parte los ’90 esos años fueron una verdadera travesía en el desierto, una permanente lucha a contracorriente. Sin embargo la irrupción de la revolución bolivariana; de las masas insurgentes en Bolivia y también en Ecuador; la convocatoria del Presidente Chávez a debatir y construir el socialismo del Siglo XXI, más allá de sus insuficiencias, sus contradicciones y sus poco claros objetivos, han abierto un canal para la circulación de ideas. Un espacio para ejercitar esa conquista histórica de la humanidad que es el pensamiento crítico y para pensar la idea misma del socialismo. Ya no en forma abstracta sino asentada en procesos reales.

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El Siglo XX ha sido el siglo de las revoluciones pero no el del socialismo. Si echamos una rápida mirada a los últimos 150/160 años nuestro balance en relación a las luchas del movimiento obrero, por su reconocimiento, su dignificación, sus conquistas y reivindicaciones materiales y organizativas, sigo convencido que es positivo. Si esa misma mirada la hacemos sobre las experiencias revolucionarias bajo el estalinismo, el post-stalinismo o el maoísmo, el balance final es relativo, sino directamente negativo.

Esta afirmación no implica dejar de reconocer las enormes energías y esperanzas puestas en juego en cada una de las experiencias revolucionarias, las dificultades que se enfrentaron y se enfrentan, y el heroísmo demostrado en múltiples batallas y confrontaciones.

En estos tiempos vivimos prisioneros de una realidad contradictoria e incontrastable que la podemos ver en clave comparativa: durante los años del fascismo el movimiento obrero fue aplastado militarmente pero el horizonte socialista estaba presente. Por el contrario en todos estos años el movimiento obrero no sufrió una derrota de aquellas proporciones pero el horizonte se ha desdibujado.

En nuestra América latina esta situación se expresa por su forma inacabada. Por un lado la iniciativa la tienen la burguesía y el imperialismo que, sin embargo, a pesar de la fuerte ofensiva de los ’80 y ’90, no han podido aplastar al movimiento social, por el contrario este, en sus distintas y variadas vertientes se ha recreado una y otra vez, ha buscado formas novedosas de organización y lucha. Por otro lado esas nuevas formas de organización y lucha no concluyen aún en una propuesta de solución transformadora de la realidad existente.

Así la perspectiva revolucionaria fue quedando cuando menos en suspenso. Las ideas de la transformación radical de nuestras sociedades, del anticapitalismo, del mismo socialismo, perdieron credibilidad. No hay convicción en las grandes masas de que sus luchas concluyan en el anticapitalismo, en una perspectiva superadora de la mediocridad actual. Aquí radica seguramente una de las causales, aunque no la única, de que las luchas resulten fragmentadas, aisladas, y dispersas.

Porque no cuentan con un objetivo político compartido por el conjunto, que articule los fragmentos de resistencias y las diferentes iniciativas aisladas. Estamos entonces en un largo período de transición.

Hay no obstante puntos de apoyo. Por un lado con la caída del Muro y la implosión de la URSS que pusieron fin al período de la guerra fría, del enfrentamiento entre bloques con formas de propiedad, relaciones de producción y organización social diferentes, quedó en claro el verdadero antagonismo: explotadores y explotados, países opresores y países oprimidos.

Más aún el derrumbe del marxismo soviético, del estatalismo como ideología, del determinismo carente de incertezas, ha levantado la pesada lápida colocada sobre el marxismo. Del marxismo tanto como crítica sistemática y completa del sistema capitalista, como concepción del mundo y perspectiva de vida. Numerosos aportes teóricos en las últimas dos décadas dan cuenta de esta vitalidad recuperada.

Por otro lado en América latina lentamente está cayendo el velo que ocultaba la realidad, la polarización social impuesta por el neoliberalismo, ha hecho a nuestras sociedades mucho más clasistas, si se quiere es un capitalismo más puro donde no hay espacios duraderos para formulas de conciliación como en el pasado. Además América latina es hoy el principal bastión de resistencias al imperialismo.

Estas tendencias confluentes abren nuevas perspectivas y posibilidades.

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En este contexto la tarea central de los socialistas revolucionarios en los inicios de este Siglo XXI es aportar a recuperar la credibilidad en la idea del socialismo, ha reponer su condición de horizonte histórico y sobre todo en el carácter emancipador del mismo.

El socialismo, esa transformación histórico cultural que acordamos en llamar socialismo, si es que alguna vez a de serlo, ha de ser crítico. No solo crítico de toda realidad existente en las sociedades bajo la dominación del capital, sino también crítico de nuestras experiencias históricas. Crítico también de nuestros propios actos y consecuencias en el presente.

Sin embargo esta recuperación/reposición de la idea transformadora y de su carácter crítico, no puede hacerse encerrado en los círculos áulicos de las ideas, al margen de la intervención en la lucha de clases.

El punto de partida deben ser las principales necesidades de las masas, en cada momento y con las especificidades de cada lugar. Toda propuesta alternativa a la actual situación de dominación del capital debe necesariamente partir de esta cuestión.

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Pero hay mucho que ha cambiado. Como respuesta al agotamiento del período dorado, ese ciclo único e irrepetible que va desde 1945 a 1975, el capital lanzó una profunda reestructuración de sus espacios industriales, productivos y de servicios, que contemplaba una fuerte ofensiva del capital sobre el trabajo. Donde las nuevas tecnologías, los cambios en los procesos productivos, la descentralización y deslocación de unidades y procesos, desempeñaron (lo hacen aún) un papel central.

Esta ofensiva del capital ha sido generalizada y sostenida. Sostenida en el tiempo porque se desplegó sin solución de continuidad desde los primeros años ’70 hasta la actualidad, generalizada porque ese despliegue lo fue sobre el conjunto de las conquistas sociales que la clase obrera y el conjunto de las clases subalternas fueron levantando, generación tras generación, como barreras contra la voracidad del capital.

La desregulación de los mercados, las privatizaciones, el desmantelamiento de importantes bastiones del movimiento obrero, la aparición de una enorme masa de trabajadores desocupados y otra de trabajadores precarios, las oleadas de migrantes y su fuerza de trabajo barata, han debilitado los sindicatos y al propio movimiento obrero.

Más aun, prisionero de una crisis de sobreacumulación desde los años ’70, e incapaz de acumular bajo las formas de la reproducción ampliada bajo la hegemonía financiera, el capital ha vuelto a ciertas formas propias de la acumulación primitiva, lo que autores como David Harvey denominan acumulación por desposesión. Apropiación de tierras, de los recursos naturales, del capital social acumulado (privatizaciones), del robo de los derechos de las personas (salud, educación, vivienda, espacios públicos…).

Cobran así significado los movimientos campesinos, de los pueblos originarios, de la sociedad civil en general por la defensa de la soberanía alimentaria, de la biodiversidad, del equilibrio ecológico, de los recursos energéticos, del agua, contra la mercantilización de los servicios públicos, contra el libre comercio, contra la guerra...

Estos movimientos son muy diferentes de los que había y de los que conocimos y aportamos a construir en los años ‘60 y ‘70. Aquellos se constituían alrededor de los sindicatos, en las fábricas en torno a la órbita de la producción, incluso la unidad obrero-estudiantil era mucho más clara. Por el contrario los nuevos movimientos se mueven más en la esfera del consumo y la distribución; de la sociedad civil en general y de la cuestión democrática.

Las luchas obreras en este período, fragmentadas y dispersas, se dan en el marco de este abanico de resistencias. Así se ha mostrado en los Foros Sociales Mundiales. El movimiento obrero allí aparece solo como una parte más de una lucha mucho más amplia contra el neoliberalismo. En este abanico de resistencias las luchas obreras aparecen diluídas, ¿Cuál es el resultado? Que se ha puesto en duda la hegemonía del proletariado para todo proyecto de cambio y transformación.

Pero nosotros sabemos que la globalización –eufemismo que no hace mas que encubrir esa tendencia histórica a la mundialización del capital- no significa la superación de las leyes y contradicciones del capital, por el contrario es la confirmación de las mismas, su verificación a nivel mundial, en una escala inédita, que nunca antes conocimos, En este sentido es necesario reivindicar el carácter anticipatorio del Manifiesto Comunista.

El capital trata de hacer del mundo entero una mercancía, pero el motor de esta avaricia sigue siendo la lucha K/T. Es el propio capital el que reconoce la centralidad del trabajo en la sociedad capitalista, esa centralidad que es fundamental y a partir de la cual es posible construir la alternativa socialista para el nuevo siglo.

En estos últimos años un cambio se ha operado en el mercado de trabajo mundial. El capital ha ingresado en una fase de crecimiento con una recuperación del capital productivo. Claro que este crecimiento es débil, y la actual crisis financiera global amenaza con desembocar en una recesión mundial. En paralelo la recuperación para el mercado capitalista de China y los países de la ex URSS ha significado el ingreso de mil millones de nuevos proletarios.

La desocupación ya no es hegemónica –ha descendido (al menos por ahora) en la UE, en los EE.UU y en AL- ese lugar lo ocupa ahora la precarización de las relaciones laborales y de la vida misma. En muchos países el movimiento obrero comienza a recuperarse, en nuestro país los asalariados son ya más de once millones, claro que más del 40% trabaja en negro. Una consigna gana espacios en varios continentes: “Tengo trabajo, ahora quiero salarios y mejores condiciones”

Sin embargo a pesar de que se mantienen los componentes esenciales del capitalismo, y sin los cuales el capitalismo no seria lo que es –me refiero a la explotación asalariada, la extracción de plusvalía, la dominación imperialista, el fetichismo de la mercancía…- los cambios, las mutaciones operadas en las últimas tres décadas, han modificado muchos de los parámetros en que se fundaban los presupuestos de la izquierda, y esto nos lleva a reformular la estrategia para el socialismo del futuro.

Mas aún cuando la ofensiva neoliberal y el fracaso de los socialismos reales han desdibujado el horizonte de cambio histórico.

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Entonces junto con la recuperación de la credibilidad y la esperanza en la capacidad transformadora del socialismo, se nos hace imprescindible recuperar también los debates estratégicos. Esos debates que hoy entre nosotros aparecen desdibujados. Tengo la impresión de que al menos en nuestro país la izquierda ha quedado, hemos quedado, prisioneros del coyunturalismo, del economicismo y el estatalismo, de esa conjunción perversa de populismo y escolasticismo estalinista que atravesó más de medio siglo de nuestra historia política.

Si algún aporte sustancial destaca del surgimiento de la llamada Nueva Izquierda en los años ’60 y ‘70 – en abierta ruptura con el reformismo de los viejos partidos comunista y socialista- no fue otro que poner en el centro de los debates y de la práctica política el análisis de la estructura de clases en nuestros países y el problema del poder y de sus vías.

¿Porque, como acercarnos al movimiento y accionar de las clases y sus fracciones sin un conocimiento más preciso de su composición, sus interrelaciones, sus proyectos y grados de organización y enfrentamiento?

Por el contrario hoy hemos retrocedido respecto a aquellos años. Nuevamente las formulaciones pendulan entre el sindicalismo y el reivindicacionismo por un lado y el ideologismo por el otro. El baricentro del poder no esta presente.

Recuperar los debates estratégicos significa reponer, en clave actualizada, la cuestión del poder, pero también el carácter y los ritmos del proceso revolucionario. La cuestión del sujeto, y como resultado de esto de la organización política y la forma partido.

Está también el debate y la política concreta acerca de la construcción de hegemonía. La constitución de un bloque de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas que se oponga al bloque dominante. No otra cosa es que la “polis”, recuperar la capacidad de hacer política, que la izquierda pareciera haber perdido.

Es en este marco que debemos pensar el Socialismo del Siglo XXI.

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Hay algunas precondiciones no taxativas que pueden enunciarse:

Que ha de ser democrático y plural, autogestivo, feminista y ecologista, que impulse el protagonismo social, y todas aquellas formas de empoderamiento por parte de las clases subalternas, que favorezcan y estimulen a pensar, decidir y hacer por su propia cuenta y decisión.

Que las experiencias del partido único muestran cómo las contradicciones inevitables en la sociedad en transición terminan volcándose en su interior neutralizándolo. Por el contrario mantener el carácter creador e innovador de todo proyecto socialista requiere libertad de organización y expresión para las distintas tendencias revolucionarias.

Que es necesario una nueva relación entre las masas y el partido –sea cual sea la forma política que este adopte-, entre representantes y representados, y entre aquellas y el Estado (la experiencia del Che en los primeros años de la Revolución Cubana es orientadora en este sentido).

Que el socialismo no es posible aislado en un solo país. Su dimensión es internacional, y en esta coyuntura latinoamericana debe tener al menos una dimensión regional.

Que no hay un modelo de revolución, que cada experiencia nacional, parafraseando al peruano Mariátegui, “no ha de ser calco ni copia, sino creación heroica”.

Que en la actual coyuntura la emergencia de la revolución bolivariana en Venezuela y su influencia en la región; el triunfo popular en Bolivia y la reciente recuperación de su renta petrolera; la propuesta del ALBA y el reciente Tratado de Comercio entre los Pueblos firmado por Cuba, Venezuela y Bolivia, muestran que hay otra forma de comerciar, de relacionarse solidariamente, por fuera del mercantilismo de la época. Y que tal vez estén inaugurando un nuevo tiempo en la región.

Que al compás del ciclo expansivo que transita la economía latinoamericana parecieran abrirse ciertos espacios de acumulación para las burguesías locales, una suerte de neodesarrollismo, lo que se contrapone con las visiones ultimatistas que confundiendo tendencias históricas con fenómenos coyunturales dan por agotados este tipo de movimientos cíclicos del capital.

Es en este contexto complejo y contradictorio es que debemos intervenir, buscando abrir caminos y senderos para el socialismo del nuevo siglo.

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En nuestro país nada de esto será posible si la izquierda –orgánica o no- no se constituye como una fuerza nacional. Si continua en el debate de pequeñas parcialidades, de confrontaciones estériles entre sí. De disputas menores que la muestran en un infantil juego de espejos, donde las distintas fracciones o tendencias solo alcanzan a superarse asimismas.

Por el contrario se trata de aportar a la recomposición y reorganización del movimiento social en su conjunto sin que la política de autoconstrucción (y las disputas tendenciales) se anteponga a las necesidades del propio movimiento. En última instancia se trata de reformular la forma de intervención política según las nuevas condiciones impuestas por el capital.

El reagrupamiento de la izquierda anticapitalista forma parte de la construcción del socialismo de este siglo en América latina y también en Argentina. Pero es necesario comprender que la lucha por el socialismo no es una imposición dogmática de objetivos preestablecidos, de verdades reveladas, sino que por el contrario es un inmenso laboratorio de experiencias sociales y políticas, donde estamos en condiciones de aportar pero que también tenemos que aprender.

Así la unidad no puede sostenerse simplemente en una cuestión aritmética, o solo en pautas programáticas. Por el contrario la unidad tiene que ver con la capacidad colectiva de pensar la realidad. Esa realidad que demasiadas veces nos es tan inasible.

La construcción del socialismo requiere pensar esa realidad desde una perspectiva estratégica pero también desde la intervención cotidiana. Para orientar la política practica de todos los días.

Pero para hacer política hay que tener visibilidad, romper el cerco de la marginalidad, no se puede construir en abstracto. Y la política no soporta el vacío, no se puede abandonar el terreno donde dominan los dominadores. No alcanza con la sola intervención en las luchas cotidianas, no se puede renunciar a las batallas electorales, estas son parte constitutiva del reagrupamiento de las fuerzas anticapitalistas y de la construcción de una identidad socialista. Aún a sabiendas de lo que estas significan y de los riesgos de caer en un electoralismo vacío.

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Es apenas un conjunto de enunciados plagado de interrogantes y de dudas, seguramente incompleto, y cuyas interpretaciones pueden ser de lo más variadas, pero tal vez intentando dar respuestas este inicio del Siglo XXI nos permita proyectar un futuro socialista esperanzado.

Como en la vida misma quedan abiertos más interrogantes que respuestas, pero como dijera el filósofo francés Daniel Bensaïd mas vale admitir lo que se ignora, o los obstáculos y peligros a vencer, que teorizar una y otra vez con viejas formulas. Lo que no otra cosa es que teorizar sobre nuestra impotencia.

Buenos Aires, septiembre de 2007.

* integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.


Nos guste o no, la izquierda debe reconquistar credibilidad, despertar esperanzas. Y eso sólo se hace en la vida cotidiana, no en las campañas electorales; organizando las resistencias; desarrollando experiencias locales autogestionarias y alternativas, sin sectarismos; dando una batalla tenaz, cotidiana y gris, en la construcción de ideas-fuerza capaces de orientar en sentido anticapitalista la rabia ciega de las mayorías. Almeyra
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Biblio. Cát. José Martí II - Lucita

Entrevista a: Eduardo Lucita integrante del Colectivo EDI-Economistas de Izquierda

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Revista Cuadernos del Sur, periodista. Autor de “La patria en el riel. Un siglo de lucha de los trabajadores ferroviarios”.

1) Tomando en cuenta la situación de los años ´70, ¿qué cambios, en tu opinión, se dieron en la relación del intelectual y del profesional respecto a la participación y el interés político?

Prefiero ubicar tu pregunta en los años ’60 pues para mí es en esa década donde se constituyen los presupuestos teórico/político/sociales que confluyen y culminan en los ’70, en un proceso que fue mundial y lógicamente también regional. Y donde la impronta de la Revolución Cubana tuvo mucho que ver en la revalorización, que aquella generación hizo del ideal de transformación radical de nuestras sociedades.

Por aquellos años los textos de filosofía, los ensayos sociológicos, las investigaciones económicas, la incorporación de nuevas categorías al análisis socio-político, superaron los estrechos –y las más de las veces estériles- marcos del quehacer académico, para instalarse en el centro mismo de los debates, de la teoría y de la práctica revolucionaria.

Las vanguardias artísticas no se quedaban atrás en esta evolución. Las artes plásticas, el cine y el teatro aportaban a este proceso, aunque el llamado “boom” de la literatura latinoamericana tal vez haya sido su máxima expresión, donde la entrañable figura de Julio Cortázar es más que emblemática de que no se trataba solo de un cambio de estilo, sino que lo que estaba en juego era el lugar de los intelectuales en ese proceso de transformación social de la región.

Se trataba de una verdadera contracultura en las artes, las letras y en la vida cotidiana (sexualidad, vestimentas, costumbres) que buscaba desestructurar la cultura dominante de la época, que se expresaba también con fuerza en el ámbito universitario, configurando un cuadro de situación que favorecía el desarrollo de la lucha de clases, otorgando así un formidable dinamismo a las ideas de la transformación social.

Pero esto cambió radicalmente. Para nosotros digo para los hombres y mujeres de mi generación que nos sumamos a la praxis revolucionaria al calor de las columnas insurgentes que ingresaban a La Habana en el final de los años ’50, lo que vivimos a partir de mediados del ‘75 y sobre todo desde marzo de 1976, ha sido, parafraseando a Víctor Serge en su poema Confesiones, nuestra “medianoche en el siglo”.

Digo esto no solo por las persecuciones, torturas, desapariciones, asesinatos y exilios que, conviene recordarlo, aún nos pesan, sino también porque los profundos cambios que se introdujeron desde entonces en el sistema mundial y también en nuestro país concluyeron poniendo entre paréntesis el ideal revolucionario, cuestionando la perspectiva socialista y alcanzando también las propias bases teóricas del marxismo.

Es que no fueron solo transformaciones en las bases materiales de la sociedad y en la estructura de clases. También en la superestructura ideológica.

El mercado fue idealizado, el dinero puesto como la medida de valor de todos los valores, y la acumulación de riqueza como símbolo del éxito. Esto permeó el campo de la intelectualidad. Pensá en tantos intelectuales que hicieron el pasaje sin mediaciones al campo de la posmodernidad, que teorizaron sobre el posibilismo y lo propagandizaron, y se sumaron a la corriente dominante

En estos tiempos se pone más esfuerzo en conseguir subsidios para investigar que en la investigación misma.

El tejido de solidaridades fue destruido, la heterogeneidad y la fragmentación se instalaron al interior de los sujetos sociales. Para la mayoría del mundo académico estos dejaron de ser sujetos para ser “actores” que “interactúan” en un “escenario” acotado y juegan determinados “roles”, aunque sin transgredir ciertos límites claros y precisos. La crítica posmoderna asumió esta realidad llevándola hasta el fin, nunca superaron ciertos límites autoimpuestos.

2) ¿Es posible articular un vínculo fructífero entre discurso académico-científico por un lado, y militancia política por el otro?

Pienso que sí. Esta posibilidad está siempre presente, pero su desenvolvimiento depende de un cambio de actitudes, no solo es cuestión de discurso. Si el mundo académico persiste en el debate de teorías y conceptualizaciones en abstracto esta posibilidad estará bloqueada. Simétricamente, si la militancia política en este ámbito persiste en correr detrás de los acontecimientos, en centrarse solo en la coyuntura sin levantar el horizonte de análisis, esas relaciones no fructificaran.

Por el contrario creo hay un campo muy amplio en el que es necesario partir de lo realmente existente, de una lectura crítica de la realidad, y orientar el debate hacia los problemas centrales que hacen a la vida del país y de sus clases subalternas. La cuestión entonces se plantearía en otro terreno y en otros términos.

Nuestra experiencia en el EDI, un colectivo surgido de una asamblea de economistas luego del 19y20D. se enmarca en estos criterios. Desde el inicio nos constituimos en relación directa con asambleas barriales, movimientos piqueteros, colectivos obreros y estudiantiles. Participamos y aportamos al Movimiento por la Reducción de la Jornada Laboral y ahora con el MIC y las empresas bajo gestión obrera.

Llevamos a estos ámbitos nuestro conocimiento pero somos receptivos a las demandas y cuestionamientos y nuestras propuestas son resultado de esta interacción.

Pienso que el desarrollo de la teoría crítica es central para lo que ustedes demandan. La recuperación de esa conquista histórica de la humanidad que es el pensamiento crítico, y si el accionar ha de ser crítico lo ha de ser en primer lugar de nuestros propios actos y consecuencias.

Apoyarse entonces en la teoría y pensamiento críticos, opuestos al sentido común, ese que adocena la cultura y no hace más que explicar lo ya explicado, que naturaliza los hechos sin bucear en las causas, en relación directa con el movimiento social, es un punto de partida irrenunciable para cualquier emprendimiento en el plano de tus preocupaciones.

3) ¿Qué cosas deberían cambiarse en las prácticas de la izquierda y de la perspectiva de los intelectuales para establecer un nuevo vínculo fructífero entre ambos?

Sin pretender señalar ningún camino revelado, creo la izquierda debiera recuperar los grandes relatos historiográficos, aquellos que vinculan los acontecimientos del pasado con el presente, que intentan proyectar un futuro, superar el campo de lo posible e instalar un utopismo transformador Esto es, aquello que fuera abandonado, descalificado, reemplazado por el minimalismo de lo cotidiano, de las individualidades agregadas que solo viven el presente sin expectativas ni esperanzas.

Retomar la tradición de los debates estratégicos, el problema del poder, de sus vías, de la estructura de clases y fracciones, cómo construir un bloque social capaz de disputarle la hegemonía en la sociedad al bloque de las clases dominantes. En última instancia se trata de la recuperación de la política.

Y esto hacerlo en forma plural y democrática, promoviendo la libre expresión de todas las corrientes de pensamiento que se lo planteen, en una practica de intervención alejada de todo sectarismo y dogmatismo. Huir del economicismo y el estatalismo heredados de la fatal combinación del populismo con el escolasticismo estalinista que impregnó la cultura de izquierda en general. Dejar atrás el impresionismo que transforma todo episodio de la lucha de clases en un proto sóviet, me parecen condición necesarias, aunque claro, no suficientes.

Tal vez preguntarse acerca del rol de los intelectuales en nuestra sociedad hoy. ¿Se ha perdido ese carácter de crítico radical de todo lo existente? Eduardo Grüner en su reciente libro El fin de las pequeñas historias, parece decirnos que se ha abierto un espacio para que ese rol se recupere. ¿Será preciso desempolvar de las bibliotecas aquel folleto de Paul Barán, de lectura casi obligatoria en los ’60, El compromiso del intelectual?

O aquel párrafo del Programa del 1º DE Mayo de la CGT de los argentinos, y releerlo en clave actualizada: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tierra es una contradicción andante, y el que comprendiéndolo no actúa tendrá un lugar en la antología de llanto, no en la historia viva de su patria”.

Tal vez en esta sociedad mediática y mercantilista, que ha perneado también los ámbitos universitarios y académicos, parezcan ilusiones del pasado, sin embargo revalorizar el papel de los intelectuales críticos, dentro y fuera de las instituciones, es una necesidad.

A pesar de las dificultades vale la pena nadar a contracorriente.


Buenos Aires, agosto 2007.
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¿Quiénes somos?

Buscamos abrir debates y cuestionar nuestra realidad a través de la participación en las luchas estudiantiles y de la apropiación de la Facultad como un espacio de participación y creación colectiva.
Desde que nacimos hasta ahora nuestros desafíos se fueron multiplicando. Hoy nos vemos ante el reto de formar parte de la Coordinación General del Centro de Estudiantes, de las Juntas de Carrera y del Consejo Directivo. Desafíos que asumimos con alegría, compromiso, y mucha responsabilidad. Queremos hacer de estos espacios herramientas colectivas de construcción y discusión política, donde podamos repensar el rol de la Universidad en este sistema social y unirnos para dar las luchas que sean necesarias.

Somos una de las diez agrupaciones que conforman la Corriente Universitaria Julio Antonio Mella.
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