ContraHegemonía en Ciencia Política

4/11/09

Cat. Martí II - El Poder Popular - Modesto Guerrero

Dilema VIII
El poder popular


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Ahora veamos porqué el derecho a reelección no ahoga el desarrollo del poder popular. Lo primero a recordar es que se trata de un poder popular con una vida más o menos propia. En relación estrecha con el Presidente y otras mediaciones, pero bastante independiente en las estructuras sociales de la población, excepto en el voto. Cuando se trata de elegir Presidente o gobernantes, incluso parlamentarios, es casi totalmente dependiente de él. Su figura domina y determina. Sin embargo, la dinámica y formas de organizarse de esos movimientos son bastante rebeldes, contestatarias, des-aparatizadas, aunque tengan formas difusas.

Este fenómeno se escapó en la breve historia de la revolución bolivariana. Chávez potenció al comienzo el desarrollo del poder popular, luego, desde 2004, se acentuó la tendencia a controlarlo y estatizarlo. A esta altura es cuesta arriba cortarlo, aunque se lo llegara a plantear el gobierno y el sector más conservador y bonapartista del régimen.
Esa tendencia rebelde del poder popular también se manifestó en la abstención del voto chavista de diciembre de 2007. Fue un acto muy contradictorio. Contuvo el voto conservador de muchos funcionarios del chavismo y de una parte de la clase obrera que en ese momento estaba molesta. Ese elemento de rebeldía se opuso a la forma en que se manejó la propuesta de reforma y la campaña por ella. Aquella campaña se pareció a la hecha en febrero por la oposición. Al “vote Sí” del llamado del comando del gobierno en 2007, le correspondió el “No es no” de 2009. La misma vacuidad argumental.
El voto rebelde mezclado con el voto conservador de entonces, llevaron a la derrota en 2007 y al mismo revés un año más tarde en algunas alcaldías y gobernaciones.
Allí aparecen dos elementos que señalaba la académica Sterlling: la “madurez política” del voto chavista. Esa madurez es un signo de independencia política difusa del movimiento.
Esa rebeldía se volvió a expresar en el voto castigo a los gobernadores y alcaldes chavistas menos queridos en noviembre de 2008, incluso en el caso de algunos postulados por el Presidente. Ese voto-castigo ya se había manifestado dentro del PSUV. A comienzos del 2008 fueron rechazados los candidatos que la base del congreso consideraba “malos”. No por casualidad Aristóbulo Istúriz fue el más votado.
Ese carácter rebelde del movimiento de base bolivariano, se puede encontrar en muchas zonas de la vida política nacional. Ya es tarde para hacerlo retroceder, perdió el miedo, rompió algunos mitos y se expresa políticamente. Sólo a tiros lo pueden detener. O corrompiéndolo y adormeciéndolo, como ocurrió en Bolivia con el MNR, con el peronismo combativo de la resistencia de 1955 en adelante en Argentina, o la destrucción del movimiento obrero varguista en Brasil. Esa posibilidad no es la más probable, por ahora.

Constitución de las “vanguardias” en la revolución bolivariana

Uno de los fenómenos más llamativos y alentadores del proceso revolucionario que vive Venezuela es la emergencia y renovación constante de su base social militante. Por base social militante queremos significar la actividad de cientos de miles de jóvenes, mujeres y hombres que a diario realizan acciones sociales y políticas de diversa índole. De esa masa, decenas de miles se organizan en forma permanente para la actividad política en diversas agrupaciones de la vida económica, social, política y cultural.
Estas acciones tienen masividad, alta combatividad y sacrificios humanos, y una manera dinámica y desaforada de expresarse: desde 1999 han renovado sus formas organizativas sucesivamente, expresando en ello tradiciones culturales, fragilidad social, necesidades defensivas y políticas gubernamentales.
Hasta 2002 fue notoria la participación de las mujeres de los barrios, que junto a los jóvenes vivieron el más importante despertar político en medio siglo. Pero en ambos casos en forma difusa e inorgánica. Diversos testimonios y documentales mostraron a las amas de casa y jóvenes de entre 14 y 20 años organizando la resistencia al golpismo en los barrios pobres, en las marchas multitudinarias, en los diversos comités sectoriales, en las cooperativas, en la defensa militar y en la aplicación de las Misiones Sociales del gobierno.
Desde 2003 la mujer y la juventud mantienen su protagonismo, pero compartido con la clase obrera organizada en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) de las provincias y con un sector de los campesinos que comienzan a activarse.
En los tres casos, lo difuso e inorgánico fue haciéndose más definido, un poco más organizado en los barrios y lugares de trabajo. Esto puede medirse por la cantidad de organizaciones en las que se agrupan desde 2002.
Este ha sido el principal elemento constituyente de su intensa experiencia política ganada entre 2001 y 2004. En ese lapso nacieron casi todas las organizaciones y medios periodísticos comunitarios que existen en 2009: la ex UNT, nacida en abril de 2004, los dos movimientos campesinos, un centenar de agrupaciones barriales, nueve de cada diez medios alternativos donde militan unos 3.000 a 5.000 adolescentes y jóvenes menores de 25 años y un pequeño sector de intelectuales de la vieja y la nueva época.
También aparecieron las Misiones, que entre 2003 y 2008 suman 23. En 2000, las cooperativas no pasaban de 3.800; en 2008 se registran más de 150.000. La organización nacional de la reserva militar cuenta con casi 700.000 movilizados, que además del entrenamiento militar, participan de debates políticos, a veces alrededor de los cuarteles y en el entrenamiento mismo. En 2003 surgió una pequeña organización de clase media llamada “Clase Media en Positivo” (contra la otra, condenada por negativa al proceso revolucionario). Esta curiosa agrupación de profesionales movilizó algunas decenas de miles a nivel nacional.
Si la masividad del fenómeno de la vanguardia bolivariana se redujera a su medición estadística, daría un resultado poco alentador. Cuando la valoramos en su contexto y dinámica y sobre todo por el peso cualitativo de esa novedad en una sociedad tradicionalmente desordenada, con una izquierda de igual signo, entonces el resultado es otro: es un proceso nuevo, enriquecedor, de un acelerado aprendizaje político superador de todo lo que vivió antes, incluso en la revolución social de 1958.
Citemos la opinión de uno de los referentes de la vanguardia venezolana, Roland Dénis, intelectual-militante venezolano y miembro del Proyecto Nuestra América-Movimiento 13 de Abril (PNA-M13A). Dénis sostiene que el desarrollo es escaso a partir de una relación poblacional: “Esta es una sociedad de 24 millones de habitantes y estamos hablando que esa dinámica progresiva de nuevas organizaciones, nuevos valores, de nuevas prácticas toca alrededor de 2 millones de personas. O sea estamos hablando de un 10% de la población en su conjunto”.
Si existe un argumento de peso para demostrar la potencia de la novedad, es precisamente el que da Dénis como insuficiente. Para relevar su significado hay que valorarlo cualitativamente, como un factor dinámico del movimiento de masas generado detrás de Chávez.

Surge el chavismo como movimiento nacionalista

Para comprender la pujanza y vitalidad de la vanguardia venezolana, debemos ubicarla en su proceso histórico reciente, sin el cual puede resultar un espasmo sociológico.
La investigadora venezolana Margarita López Maya muestra lo siguiente en su libro Protesta y Cultura en Venezuela:

La última década del siglo XX venezolano se distinguió por la sorpresiva vitalidad de la movilización popular callejera en sus principales ciudades, de manera especial en Caracas, la capital y asiento de los poderes públicos.
Este fenómeno evidenció la activación de una “política de calle”, es decir, una peculiar forma de relación y negociación entre diversos sectores sociales y el poder:
Según la organización civil de derechos humanos PROVEA, en los últimos diez años que transcurren entre octubre de 1989 y septiembre de 1999, hubo un promedio no menor a dos protestas diarias en Venezuela (7.092 protestas en total) correspondiendo la etapa de mayor movilización a los años entre 1993 y 1995, que fueron de crisis política, y al año 1999, cuando la protesta se reavivó por el acceso al poder de una nueva alianza de fuerzas.
Estos datos de PROVEA no incluyen las decenas de paros laborales realizados por los empleados públicos en estos años, una de las formas de protesta que más afectó las rutinas de esta sociedad.

Conviene ubicar esta marejada de luchas en el proceso de rupturas sociales, políticas y culturales que trajo al país la insurrección del Caracazo (febrero de 1989), que a pesar de su apelativo, reducido a la capital venezolana, en realidad se produjo en siete ciudades más y decenas de pueblos. Y sobre todo, constituyó un cimbronazo sobre la estructura del poder y la conciencia popular como no se había vivido desde la revolución popular de 1958. La mayoría de esas luchas (72%) contuvieron violencia callejera, definidas por la investigadora como luchas “confrontacional” y “violenta”: 224 cierres de vías, 163 tomas e invasiones, 504 disturbios, 194 quemas y 116 saqueos.
Este mar de acciones contra los tres gobiernos anteriores a 1999, se concentraron en un nuevo movimiento nacional, o nacionalista, con el liderazgo del ex teniente coronel conspirador. Esto nació antes de 1998, pero desde ese año vivieron un envión que le fue dando el poder social que detenta desde entonces.
Dentro de ese movimiento, fueron configurándose experiencias militantes nuevas que desde muy temprano buscaron salidas o soluciones que trascendieran al antiimperialismo frente a otras que prefieren congelarlo en ese punto. Constituye una particularidad si lo comparamos con fenómenos nacionalistas de la historia, menos blandengues al interior, más aparatizados, orgánicos y estatizados que el chavismo.
Las Misiones nacieron como instrumentos para la redistribución de la renta petrolera, pero se realizaron por fuera de los aparatos ministeriales. Fue una iniciativa de Chávez para evitar la burocracia propia y ajena. Roland Denis se refiere a ellas con acierto: “Por ejemplo, las Misiones en sus inicios –luego se institucionalizan muchísimo– tenían explícitamente una intención de forjar un campo de poder de Estado anti-Estado, anti-burocrático. Es decir, que la gestión de gobierno esté en manos de los movimientos populares”. Denis define este tipo de movilización militante como “movimiento popular administrado”, porque “es un movimiento que es muy administrado desde ‘arriba’, desde las direcciones de Estado”.
Miles de misioneros hicieron su primera militancia en las Misiones dentro de los barrios, allí fueron aprendiendo a reconocer enemigos y amigos y a luchar, incluso contra funcionarios erráticos del propio gobierno. Un caso conocido fue la huelga de centenares de enfermeras contra el ministro de Salud, Roger Capella, por el pago de los sueldos en 2004. Las enfermeras triunfaron, el ministro fue removido.
Los medios comunitarios se mantienen independientes en su mayoría, a 10 años del régimen, como detalló en sus conferencias en Buenos Aires el director de Aporrea, Gonzalo Gómez: “Hemos logrado mantenernos independientes del aparato de poder, aunque hemos colaborado muchas veces con él en diversas tareas que el gobierno no podía asumir, negociamos el financiamiento a cambio de espacios o producciones documentales, pero son muy contados los casos en los que medios alternativos terminaron manejados por algún burócrata o por el gobierno central”.
Las misiones contuvieron el mismo conflicto entre su estatización y su autonomía, vivido por la mayoría de las organizaciones surgidas con el chavismo. Este espacio de conflicto permite la movilidad de reorganización y aprendizaje a las vanguardias venezolanas, dentro de una gran democracia de libertades políticas.
Estos datos políticos son inéditos en procesos similares del continente, si lo comparamos con experiencias o movimientos nacionalistas del siglo XX. Incluso en el caso de Juan Velasco Alvarado, que expropió casi toda la prensa capitalista, lo hizo para sumar cuadros intelectuales que terminaron por ser promotores acríticos de todas las políticas de su régimen. Peor fue el caso del peronismo en Argentina o el de Getúlio Vargas en Brasil. Un proceso que comenzó con amplias libertades como el sandinismo, en pocos meses fue truncado y los movimientos perdieron sus autonomías.

El año que despertaron los trabajadores

En el año 2003 entraron a escena los asalariados como cuerpo de clase. El hecho fue el triunfo revolucionario contra el saboteo golpista de la industria petrolera (diciembre 2002 a febrero del año siguiente). Los trabajadores entraron en escena como siempre lo han hecho en la historia: cuando y como les dio la gana, con sus organizaciones, métodos y vanguardias de clase.
No hubo fuerza humana, o sobrehumana, que los obligara a militar masivamente antes de 2003. Pero tampoco hubo nada que se lo impidiera cuando los acontecimientos nacionales los pusieron en el centro de la escena en enero de ese año. Para expresarlo en palabras de quien fuera en aquellos años su principal dirigente, Orlando Chirino, “los trabajadores fueron el sujeto protagónico y donde el cuestionamiento era frontal al empresariado y su ‘propiedad privada’ sobre las empresas”. Chirino define ese triunfo y el ingreso militante de los trabajadores como “una nueva revolución de carácter obrero”, expresión exagerada o equívoca, pero en todo caso expresiva de la fuerza transformadora de aquella acción que sin duda marcó la conducta de la vanguardia política y social venezolana.
La máxima expresión organizativa de esa movilidad de la clase obrera venezolana fue la construcción de la UNT, tras un acuerdo de las principales corrientes y líderes que dirigieron el triunfo contra la conspiración de la industria petrolera, un año antes. El carácter “acuerdista”, por arriba, sin asambleas de base, que permitió la creación de la UNT, no le borró ninguna de sus características progresivas, genuinas al servicio del proceso revolucionario. Aunque, es cierto, dejó sembrada la semilla estatista en la central, que luego afloró como enfrentamiento público y causa de su división en 2006.
De hecho, la UNT nació en el crisol de las acciones conmovedoras de abril de 2002 a abril de 2003, un año templado de enfrentamientos y tensiones de todo tipo. Miles de fábricas fueron cerradas por sus patronos, una parte de ellas tomadas o recuperadas por sus trabajadores mediante centenares de huelgas y movilizaciones. En ese escenario se templó el nuevo movimiento obrero venezolano nacido con la UNT.
Es un movimiento que desplaza históricamente a la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), central burocrática pasada al golpismo proyanqui. La UNT se fundó con unos 120.000 trabajadores y tres años después reunía casi dos millones de trabajadores. La CTV sobrevive con unos 180.000 afiliados sin motivación sindical alguna.
La aluvional afiliación y organización en las UNT regionales y zonales, en menos de tres años, la había convertido en la más importante organización de masas y de vanguardia del proceso político venezolano. Después de las Fuerzas Armadas, era la más importante estructura nacional con fuerza territorial del país. Desde 2005 la UNT no existe más como lo que fue. Hoy se debate entre estatistas y antiestatistas, con sus fuerzas dispersas regionalmente y la existencia de un nuevo aparato, la Central Socialista de Trabajadores (CST).
Estas características permiten comprender la furiosa batalla política que se vivió hasta 2007 en el seno de la UNT. Cinco fracciones dirimieron su destino político desde el congreso de mayo de 2006. Las cinco fracciones se reagruparon en dos sectores, diferenciadas por su relación con el aparato de Estado. Hasta septiembre de 2006, la Corriente Clasista Unitaria, Revolucionaria y Autónoma (C-CURA) representaba entre el 50% y el 60% de la central. La segunda fuerza era de la dirigente demócrata-cristiana Marcela Máspero, con alrededor del 30%. El resto se repartía en las otras tres corrientes. Pero también C-CURA y el resto se han transformado. Ninguna tiene en 2009 la fuerza que tenía en 2006, cuando se dividieron. Todas están en crisis y bastante disminuidas en afiliados y fuerza social. De esa dispersión nace la CST como una expresión burocrática.
Su peso nacional declinó tanto que dirigentes militares amigos de los trabajadores, como el general Alberto Müller o el ministro Rodríguez Araque se animan a decir que en Venezuela “el movimiento obrero no existe”. Es una evidente exageración, pero refleja una realidad: el retroceso de la UNT.
Sin embargo, es bueno destacar un hecho poco reconocido. En Venezuela, al contrario de otras experiencias similares en el pasado de nuestro continente, no ha sido posible integrar al conjunto del movimiento obrero y sus sindicatos como apéndices del Estado. La UNT fracasó como experimento, pero el control estatal del movimiento obrero también. Se tuvo que limitar a los sindicatos que controlaban los sectores gustosos de la estatización. Ese solo hecho debería llamar la atención sobre las características del proceso revolucionario que vive el país y la particularidad de un movimiento obrero joven e inexperto, que ha tenido la capacidad de resistir al control estatal a nivel nacional.
En forma simultánea, sobre la fuerza desatada por los mismos acontecimientos, irrumpe un sector del campesinado –y de los indígenas como parte de él–, movido también por la Ley de Tierras (septiembre de 2001) que habilitó la vía constitucional para enfrentamientos rurales por el derecho a cultivar y poseer “tierras ociosas” que la burguesía abandonó hace décadas o que usufructúa sin derecho de propiedad registrado. Esto colocó, por primera vez desde la Guerra Federal (1860), al campesino pobre contra el campesino rico (que hace mucho ya no es campesino) y generó dos movimientos de militancia ruralista de la que Venezuela no tenía memoria: la Coordinadora Agraria Nacional Ezequiel Zamora (CANEZ) y el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora. El movimiento campesino es la otra gran conquista social del proceso bolivariano, completando su carácter de clase en los sectores más prosternados de la sociedad contemporánea: los campesinos y los indígenas.
El “amesetamiento” del proceso revolucionario venezolano no ha limado el desarrollo político de su poderosa vanguardia, aún a pesar de la cooptación estatal y corrupción de muchos de sus cuadros, el cansancio, la acomodación o corrupción de otros y el desenfrenado consumo que abrió la redistribución de la renta petrolera desde comienzos del año 2004.

Profundizadores y gradualistas

Los cuatro años que van de 2001 a finales de 2004 sedimentaron en Venezuela un estado de conciencia nacional radical antiimperialista. Desde 2005 comenzó a mezclarse con otras formas ideológicas. En buena medida se le debe a Chávez, que promovió la autoorganización de las masas, llamada por él “empoderamiento popular”.
Esa conciencia nacional antiimperialista comenzó antes de que Chávez la proclamara en julio de 2004, como “la apertura de la etapa antiimperialista”. Inmediatamente dio paso a la discusión sobre socialismo, desde enero de 2005, cuando habló en el Foro de Porto Alegre, sobre el “socialismo del siglo XXI”.
Lo interesante, es que en la lucha viva del proceso la amplia vanguardia venezolana ha ido aprendiendo a tientas y a golpes de ilusión que esa “oligarquía” es mucho más que algunos “empresarios malos”.
Entre 2001 y 2004 la realidad mostró un cuadro de acciones y enfrentamientos de alta concentración y polarización política. En él ocurrieron dos golpes de Estado, el primero triunfante por 47 horas, el segundo intentado ocho meses después, ambos derrotados por una movilización masiva que acudió a métodos revolucionarios de acciones directas, ocasionalmente armadas y organizadas en forma progresiva. También pertenece a este período el referéndum revocatorio presidencial de agosto de 2004, que se convirtió desde abril de ese año en un acontecimiento nacional e internacional.
Durante aquellos meses cruciales apareció, por primera vez, una brecha dentro del chavismo y la militancia bolivariana, adelanto imprevisto de las batallas ideológicas que viviría después. Eran “los profundizadores” y “los gradualistas”. Antes de 2005 esa diferenciación existía pero en formas difusas, envueltas en la marea nacionalista y bajo la impronta sobredeterminante del liderazgo de Chávez. Es una reedición de la polémica secular entre reformistas y revolucionarios. Como es natural en estos casos, ambas corrientes eran en realidad “espacios” difusos que concentraban militancia nueva que aprendía, y militancia más tradicional que hacía frente común, sin que los identificaran los mismos programas y métodos de acción política.

La mutación del aprendizaje

Esos movimientos “de vanguardia” han mutado tantas veces como lo ha exigido la tensa y cambiante situación política desde 1999. Han vivido en una permanente creación y recreación constructiva, como ocurrió con los más ilustrativos procesos revolucionarios del último siglo. Venezuela estuvo preñada de una movilidad transversal que a veces asombra. Desde 2005, ese desarrollo llevó a una maduración política distinta, superior. En primer lugar, comenzó a develar en estos movimientos que la revolución bolivariana no avanzará un solo paso más sin la participación activa de ellos y que esto significa la capacidad de asumir el poder en todas sus formas.
En segundo lugar, se instaló el debate sobre el socialismo entre ellos y de ellos con las masas y los sectores refractarios del poder establecido. Este delicado tema venía siendo sostenido y proclamado por una minoría de esos movimientos (o dentro de ellos). Desde entonces se convirtió en una conversación cotidiana. Esto se aceleró a partir de 2005 cuando el presidente Chávez decidió proclamar la necesidad del socialismo del Siglo XXI. Esta nueva conciencia política nacional se formó desde la derrota del golpe de Estado en abril de 2002. El propio Chávez lo alentó cada vez que declaraba que fue salvado por el pueblo y lo invitaba a organizarse para defender sus conquistas.

“La materia prima de lo consciente”

Este proceso de constante organización de “la vanguardia” bolivariana avanzó a lo largo del año 2003 con las Misiones Sociales. Éstas les enseñaron a los movimientos sociales que sin ellos no era posible la aplicación de estas políticas públicas transformadoras. Las más importantes se realizaron por fuera del aparato estatal, con cuadros surgidos de la noche a la mañana, o al revés, da lo mismo.
Las organizaciones comunitarias venezolanas fueron las garantes de que no hubiera fraude en el referéndum, como pretendían el Grupo Carter y la OEA en su negociado con el Comando Ayacucho, formado por los principales diputados del chavismo del año 2004. Aquel año, las organizaciones de base se levantaron, paralizaron Caracas e impusieron la suspensión del Comando Ayacucho y la organización de un nuevo comando bajo la dirección personal de Chávez. Su único punto débil fue la ausencia de las organizaciones comunitarias.
Éstas se movilizaron por decenas de miles el mismo día del intento de fraude, tomaron la ciudad e impusieron una nueva realidad política. Tres días más tarde se trasformó en un acto de más de 250.000 personas con el presidente Chávez en la Plaza Bolívar. Allí se proclamó la famosa “Batalla de Santa Inés”, con la que fue derrotada la derecha el 15 de agosto en el referéndum revocatorio. Ese año, la revolución bolivariana ganó un nuevo impulso.
Los organismos que determinaron el triunfo del Presidente y la continuidad del gobierno fueron las “patrullas electorales” que sumaron a más de 900.000 activistas a nivel nacional. La mayoría de estas personas se integraban por primera vez a una actividad política.
Entre 1998 y 2004 adoptaron siete o nueve formas distintas según las exigencias políticas internas. Cuando las situaciones de enfrentamiento son agudas tienden a conectarse en formas intermedias que desaparecen ni bien pasa la coyuntura. La fuerza y dinámica de este movimiento-proceso no deja en paz a ninguna institución estatal o partidaria, dirigentes o funcionarios apoltronados o con deseos de apoltronarse.
Para salvar las conquistas adquiridas hasta abril de 2002 se amalgamaron en los barrios y alrededor de los cuarteles en forma cuasi espontánea, aunque los motores de la resistencia fueron los mismos jóvenes y amas de casa que ya participaban en círculos bolivarianos, comités constituyentes, coordinadoras sindicales y asambleas barriales.
Lenin llamaría a esa espontaneidad “la materia prima de lo consciente”.
Sin separarse físicamente de sus comunidades han sostenido la aplicación de las Misiones. Como me dijo una profesora, coordinadora de la Misión Robinson, “si hubiéramos esperado a que desde el Ministerio de Educación se apliquen las Misiones Robinson, Ricaurte o Ribas, ya habrían tumbado al Presidente varias veces”. La nueva militancia social venezolana no diferenció entre su actividad política y la labor social de educar y ser educado.

La vieja vanguardia, a la retaguardia

En sentido contrario, la mayoría de los partidos y dirigentes de la izquierda tradicional venezolana jugaron un papel “de retaguardia” en abril de 2002 y en todas las coyunturas desde entonces. De hecho representan una franja conservadora del proceso revolucionario. Ellos quisieran que todo se detenga en el punto al que ha llegado y “vivir felices para siempre”.
En la prueba más importante que tuvieron hasta ahora, el golpe de abril, la mayoría sufrió una regresión perversa a sus nostalgias juveniles. Muchos de ellos soñaron con organizarse para “subir los montes y hacer la guerra desde la montaña”, como declararon en días posteriores al 13 de abril. La realidad los hizo descender en forma estrepitosa de su fantasía vanguardista irremediable: los barrios de las nueve principales ciudades ya tenían paralizados los cuarteles y el Palacio de Miraflores.
Felizmente, una parte de esta vieja guardia militante comprendió, se adaptó y se puso a trabajar al lado de la nueva militancia comunitaria, campesina y sindical. Otra parte no soportó el desafío y aspira a seguir disfrutando del portaviones del poder, o se fue, pero no a la montaña sino a la derecha.

Desafíos de una vanguardia nueva

La “vanguardia” se expresa de múltiples maneras y a una velocidad política determinada por los acontecimientos. Esta virtud representa el motor de la revolución bolivariana, pero se convierte en su principal enemiga, al no tener una expresión política nacional o regional de envergadura.
Mientras exista el actual proceso político, los movimientos comunitarios serán su sangre y sus vértebras. A pesar de sus carencias y fragilidad ofrecen una base social sobre la cual intentar superar las actuales contradicciones mortales entre una dinámica política francamente revolucionaria y un Estado capitalista aparatoso, fracasado y corrupto por los cuatro costados.
Como dijo con socarrona mordacidad un dirigente popular chavista en el barrio 23 de Enero de Caracas, “entre Chávez y nosotros no hay nada y lo que hay huele a fo”. En realidad, no es exactamente así porque están las Fuerzas Armadas como estructura nacional y el aparato estatal distribuyendo renta, pero es una expresión que refleja el patetismo de un aspecto clave de la realidad venezolana. Para decirlo en una palabra de moda en Venezuela, “sin el empoderamiento de estos movimientos la revolución bolivariana se vaciaría de contenido social.”
Eso, a estas alturas, significa la responsabilidad histórica de ser capaces de asumir el poder político y económico y servir de base para la democratización del Estado desde abajo, nutrido por –y apoyado en– estas organizaciones populares genuinas.
La cogestión y las cooperativas que se aplican hoy podrían ser un camino alterno hacia el objetivo, siempre que el objetivo sea la reorganización socialista de la sociedad venezolana.
Lo que se denomina “revolución bolivariana” sería irreconocible sin la existencia personal de Chávez y sin la marca constitutiva de sus “movimientos comunitarios”, entendiendo por esto no una abstracción sociológica sin contenido de clase, sino la expresión política y cultural de las profundidades transformadoras de las clases trabajadoras que la sostienen: los barrios pobres de las grandes y pequeñas ciudades y los asalariados industriales, estatales y rurales. Es uno de los síntomas de buena salud más sólidos y esperanzadores de la revolución bolivariana en marcha.
Esos movimientos son “vanguardia” en el sentido tradicional en la medida en que su actividad y vida política los coloca “un paso delante” (decía Lenin) del conjunto de las masas pobres movilizadas, pero no lo son en tres magnitudes cualitativas: su forma de vida, sus formas organizativas y su militancia social.
Esa posición de “vanguardia” social y política es desigual, relativa. Seguramente, la discusión sobre el socialismo del siglo XXI le ayudará a completar su rol orientador y facilitador en el proceso.
Basta recordar que las patrullas electorales y las Unidades de Batalla Electoral que funcionaron entre mayo y agosto de 2004 alcanzaron un registro de activistas que superó las 900.000 personas en todo el territorio. Esto no puede ser vanguardia en el sentido tradicional y sin embargo lo fue respecto de ese período político, de la tarea asignada (ganar al “No” en el referéndum) y la decisión de defenderlo en las calles el día de la votación.
En siete años de proceso político los movimientos de vanguardia venezolanos han mostrado “capacidad y talento para la creatividad revolucionaria”, “la organización masiva”, “la acción directa” y “la democracia de base”. Estas cuatro características son fundamentales a la hora de reflexionar acerca del presente y el futuro de ella.
La vanguardia bolivariana viene haciendo este nuevo aprendizaje del “socialismo del siglo XXI” con la misma libertad que hizo los anteriores, antes y después de 1999. El dilema de los movimientos sociales venezolanos no está en su capacidad de rebeldía, que les sobra. Su destino debe resolverse en otro terreno que pertenece a la política, a la estrategia, a la experiencia histórica. Ahí comienzan sus complicaciones.
Persiste una tendencia a suponer que poder popular se reduce a constituir movimientos, redes, agrupamientos, medios y rebeldías varias. Sin duda que sin esos elementos no sería poder popular, pero sólo son elementos. El riesgo es que sea víctima de una visión y práctica populista, difusa, culturalista, casi antropológica del poder popular.
Para elevarse como poder alternativo ante la nación, las vanguardias bolivarianas deben constituirse políticamente en mediaciones con el mismo poder que un partido político tradicional. Deben aprender a centralizarse a nivel nacional, actuar en la superestructura política, determinar políticas públicas, ir sustituyendo el aparato carcomido de la IV y la V Repúblicas. Sus funcionarios deberán ser electos pero revocables en cualquier momento. Un ejemplo aproximado es lo que se practica en el distrito Torres de Barquisimeto, en el occidente del país. Allí los dirigentes tienen carácter de voceros y se tiende a democratizar la vida social.


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